miércoles, 11 de septiembre de 2013

Del mercado de trabajo se dice que la tasa de desempleo abierto es baja. Por otros caminos se dice que hay gente que gana poco. Aunque se sabe que hay un gran contingente de excluidos de los beneficios del crecimiento, ello casi nunca se vincula al mercado laboral.[1]
Primero, un buen análisis del mercado de trabajo es lo más importante para una estrategia de desarrollo que se proponga mejorar la distribución del ingreso y terminar con la segregación social. Ignorar el mercado laboral es no entender de justicia social.
Segundo, poco desempleo y bajo ingreso a menudo van juntos: si en una familia nadie gana ni cerca de lo necesario para que la familia sobreviva, entonces todos sus miembros tienen que trabajar en lo que puedan, aun en actividades de pésimo rendimiento, con tal de ayudar a “parar la olla”. Es la historia de décadas de migración desde zonas rurales donde todos trabajan ganando muy poco, a ciudades donde se gana tanto más cuando uno tiene empleo que se puede salir bien parado aunque se sufran períodos de desempleo.[2] En otras palabras, es la proliferación de los “diezmilpesistas” –entre ellos los malabaristas de esquina y esquemas semejantes- lo que explica en gran medida la baja tasa de desempleo abierto.[3]
Tercero y mucho más importante, exportar bienes primarios sin procesar o con mínimo procesamiento, genera enormes ganancias para los dueños de la tierra que ha quintuplicado su valor y el monto de sus arrendamiento, tanto como para quienes explotan tierras arrendadas. También provee mejores empleos que nunca para ingenieros agrónomos, veterinarios y otros técnicos asociados a la modernización. Es muy probable que otros trabajadores agropecuarios se hayan beneficiado también.
Todo ello probablemente significa que los beneficiarios directos del crecimiento agropecuario llegan a ser algo así como un 10 por ciento de la población, porque ésta es urbana en casi 95 por ciento.
Pero ocurre también que en las áreas urbanas donde viven y trabajan casi todos los uruguayos, ha habido notables beneficios para los que proveen las maquinarias e insumos para la modernización, y empleo para un grupo de empresas y gente del área de servicios asociados a la creciente exportación agropecuaria: actividades de logística, transporte, financiamiento, comercio exterior, etc.
Se puede calcular que en total, algo menos de la mitad de los trabajadores uruguayos se beneficia directa o indirectamente del crecimiento basado en lo que sale de la tierra.
Como la inmensa mayoría de lo que se exporta –la excepción es la celulosa, pero aun ella se procesa fuera del área urbana- sale con nulo o escaso procesamiento industrial, una alta proporción de los trabajadores del sector urbano privado -que en países con otros modelos de crecimiento son ejecutores y beneficiarios de los procesos de modernización e inserción internacional exitosa- aquí sólo consiguen trabajar en actividades de pequeño comercio y pequeños servicios que les procuran muy bajos ingresos y entonces explican, como dije arriba, tanto el estancamiento socioeconómico urbano como la brecha creciente entre los que encuentran espacio en el modelo y los que no lo logran.


Quienes no encajan en el modelo primario exportador surgen claramente de los dos gráficos anteriores: son los asalariados de las empresas pequeñas (casi 25 por ciento), los trabajadores por cuenta propia con y sin local (23 por ciento), los beneficiarios de los programas sociales[4] y los desempleados.[5]
Esos son los pobres en nuestra sociedad, son esencialmente la mitad del empleo y más de la mitad de la fuerza de trabajo, pero no son el centro de atención ni de los Consejos de Salarios, ni del PIT-CNT ni del Ministerio de Trabajo.
Este modelo de crecimiento primario exportador que han fomentado todos los gobiernos uruguayos de hace muchas décadas deja de lado que exportar lo que sale de la tierra es lo que nos convierte en “el país del futuro”… hace un siglo.
Ignorar las consecuencias del tipo de esquema económico sobre el mercado laboral y, a través de éste, sobre la distribución del ingreso y el desarrollo social explica por qué hemos pasado de ser la excepción en un continente injusto a donde estamos hoy, con la mitad de nuestros trabajadores en carácter de “diezmilpesistas” o apenas más, a menudo mucho menos.
La solución la sabemos todos, porque todos sabemos que un país chico necesita exportar.
Pero los que no piensan en el mercado laboral no se dan cuenta que se trata de exportar trabajo uruguayo.
Para ello hay que decidirse de una vez a exportar a quien quiera comprarnos, aunque no les guste a los “socios” del Mercosur.
La pregunta que se hacen muchos “exportar… qué?” es inaceptable porque para eso están los inversores y empresarios, esos mismos que con el modelo actual producen granos para exportar sin agregar valor o construyen malls de compras o edificios fastuosos en la costa, porque para esas inversiones hay demanda hoy, y es negocio hacerlo. Esos mismos inversores aceptarán el ofrecimiento de otro paradigma de crecimiento, dentro del cual puedan rentablemente invertir en producción para exportar trabajo uruguayo.
Hay que invertir en la infraestructura necesaria para el comercio exterior: hay que generar electricidad abundante a precios competitivos, hay que profundizar los puertos y sus accesos, hay que resolver cómo transportar a ellos los bienes exportables y desde ellos los importados –por tren? por carretera? desde y hacia qué puerto(s)?- [6], hay que tener una banda ancha que sea “ancha” de verdad, hay que reducir los costos de nuestros salarios en términos de dólares, hay que terminar con los estímulos negativos de la estructura impositiva y de seguridad social y hay que, reitero, vender a quien quiera comprarnos.
Y, como se hizo en Brasil entre 1999 y 2002, hará falta una unidad no burocratizada de promoción de exportaciones que empiece por mostrar a los potenciales exportadores qué se demanda en los países Tal y Cual, continúe por ayudarlos a adaptar su producción a los patrones demandados, y termine por apoyarlos con crédito y crear una “marca país” válida para promocionar industria y servicios exportables.
Todo eso se puede al menos iniciar si de verdad toda la inversión pública se financia con ahorros privados.[7]
El componente económico de infraestructura de comercio exterior se puede financiar otorgando a los financiadores privados el derecho al cobro de peajes.
Pero hay un crucial componente social, hoy en ruinas, que también hay que atender por la misma vía de la inversión pública con fondos privados: la infraestructura de la educación, de la salud y de la seguridad. Claro que no se puede cobrar peaje por ir a la escuela o al dispensario o a la cárcel, pero ya que es claro que la seguridad de los bonos del Estado uruguayo no difiere de la de los de EE.UU, la solución lógica es que el Estado pague por estas obras edilicias con bonos cotizables en Bolsa, lo cual “licúa” el esfuerzo de inversión y lo hace accesible a un número importante de pequeños inversionistas potenciales.
Poner en marcha un tal mecanismo tendría efectos macroeconómicos muy positivos.
Se reduciría el gasto público en varios puntos de por ciento del PBI y así se desvanecería el fantasma inflacionario siempre que no se insista en otorgar alzas salariales insostenibles.
Se reduciría el tamaño de la devaluación necesaria para reconstruir la competitividad perdida.
El proceso de inversión pública dejaría de estar constreñido por el presupuesto.
Los tiempos de construcción se reducirían sensiblemente.
Se reducirían mucho los costos internos –típicamente de energía y transporte- haciendo más competitiva la producción nacional de bienes y servicios transables.
Y, lo más importante, se generaría una fuerte demanda por trabajo de mediana calificación, que ayudaría a recomponer los niveles de ingreso urbano y así mejorar incluso los ingresos de los que hoy venden bienes y servicios a los trabajadores de las ciudades.
Lo demás se nos daría por añadidura.


[1] Ahora adoptaron la expresión de “núcleo duro de la pobreza” que en el resto de América Latina se usó a fines del siglo pasado y se dejó de usar hace muchos años porque no tiene sentido que incite a creer que hay gente irrecuperable a la cual hay que otorgarle dádivas. Núcleo duro, digamos 7%  de la población, más de 200 mil habitantes? Qué disparate!
[2] Hace más de 40 años que la aparente contradicción de emigrar hacia lugares con más desempleo fue explicada por el llamado “modelo de Harris-Todaro” en las ediciones de 1969 y 1970 de la American Economic Review. Los economistas uruguayos, quizá por no leer en inglés, rara vez tienen esto en cuenta.
[3] Los malabaristas son considerados ocupados porque responden “sí” a la pregunta (que se hace aquí como en todas partes) de si “hizo algo en la semana de referencia que le permitió obtener algún ingreso”. Si un punguista o copador contestara honestamente a la pregunta del cuestionario de la Encuesta, también aparecería como ocupado –y con mejor ingreso que el malabarista.
[4] Esta cifra seguramente es mucho mayor. Pero la mayoría de esos beneficiarios probablemente tiene otra fuente de ingresos que es la que declaran.
[5] Los datos provienen de una retabulación de la Encuesta de Hogares de 2011 que están disponibles en la página web del INE.
[6] Hay un esfuerzo por generar electricidad por vía de molinos de viento; pero cuando se importan los molinos necesarios para abastecer una fracción pequeña de la demanda, resulta que no hay carreteras por dónde trasportarlos sin crear un caos de tránsito carretero y probablemente destrozar los caminos más aún que la madera y los granos.
[7] Será necesario volver a generar en los inversores la confianza que Mujica creó en el Conrad y después fue demoliendo concienzudamente a partir de su “giro a la izquierda”.

Para distribuir hay que cambiar el uso de los recursos


En 1969, sin terminar Ciencias Económicas tuve el descaro de postular a un curso de posgrado sobre temas económicos en Chile. Estuve ahí todo el año 70, me apasioné por la candidatura de Allende y de hecho salí a festejar por las calles el 4 de setiembre cuando ganó –claro, yo era de los que marchábamos por 18 y al llegar a Yaguarón gritábamos “ahí están/esos son/los que venden/la Nación!”, al pasar frente al diario El Día.[1]

En Chile, ese 71 fue un año de gloria izquierdista, con crecimiento, con reforma agraria, con toda clase de programas que prometían llevar al país a una mejor distribución del ingreso, con nacionalizaciones de empresas extranjeras –hasta el cobre de los yanquis a pesar de la Enmienda Hickenlooper!- y estatizaciones de empresas y bancos nacionales, con impuestos finalistas para la redistribución del ingreso y con gasto, mucho gasto, para revertir rápidamente la explotación y la miseria.

Ya en el 72 a los que mirábamos las cifras macroeconómicas nos empezó a entrar la duda porque eran grandes y crecientes la inflación y los déficit interno y externo. Un querido compatriota inauguró una revista de la OPP llamada Nueva Economía con un exordio en que explicó que la revista iba a mostrar que las limitaciones de que hablaban la teoría monetaria y la fiscal “neoclásicas” eran paparruchas y que la revista se creaba para demostrarlo.[2]

En el 73 hasta los más recalcitrantes nos dábamos cuenta que lo que estaba agotado era el modelo distributivista a ultranza que es una traducción al marxismo decimonónico de aquello que suena a monje medieval, de “haz el bien y no mires a quién”.

Al menos, Pedro Vuskovic y su equipo económico tenían claro que si no afectaban el acceso a recursos productivos, distribuir por la vía del ingreso y el gasto públicos era una utopía. Casi 40 años después, el Chile de hoy le da la razón: desde que se fue el pinochetismo, sucesivos gobiernos han hecho todo lo imaginable y más, para distribuir por la vía de cobrar impuestos y usarlos para beneficiar a los pobres. La distribución del ingreso en Chile no ha variado un ápice desde que se fue Pinochet hasta hoy, por mucho que les pese a los democristianos y a los socialistas e incluso a la derecha que va saliendo después de hacer esfuerzos igualmente genuinos y descaminados por cambiar la distribución del ingreso y el bienestar sin tocar nada que tenga que ver con el uso de los recursos productivos.[3]

Estoy abogando por volver a la reforma agraria, las nacionalizaciones y estatizaciones?

De ninguna manera, primero porque resulta que estaba ahí para ver cómo dejan de producir y se pierden los recursos productivos cuando falta el que sabía manejarlos. Y segundo porque en setiembre de 1973 los dueños primitivos de los recursos tuvieron su revancha tan efectiva como salvaje. Y sí, hubo intervención yanqui en apoyo de la reacción de parte de los antiguos dueños del poder y la riqueza. Pero a mediados del ´73 todos, dentro y fuera de la Unidad Popular, habíamos aprendido dos cosas: que los límites existen, y que la redistribución vía estatizaciones es inútil si no hay un cambio productivo viable hacia una economía con muchísimos más empleos de alta calidad.

Si no fuera porque eso lo sabían hasta los minifundistas y los que administraban un kiosquito, el pueblo chileno, que no es pusilánime, se habría alzado a defender “su revolución”. No pasó, ni hubo un baño de sangre, porque nacionales y extranjeros habíamos aprendido que la revolución y el cambio profundo no se hacen a gritos ni con eslóganes perimidos sino con trabajo serio a lo largo de un tiempo extenso.

Los Mil Días de Salvador Allende –tan admirable hombre como incompetente conductor- me enseñaron lo que no se puede hacer. Y que si por pedantes esquemas mentales uno insiste en hacerlo, será a costa del sufrimiento de los otros, de aquellos a quien uno dijo que iba a ayudar.

Entonces, ¿quedamos sujetos, como los gobiernos del Frente Amplio, a seguir cuatro de las cinco recomendaciones que hizo el Banco Mundial en 1974?

Veamos. Las recomendaciones eran: crezca aprovechando sus ventajas naturales, aumente mucho el gasto en salud y educación, elimine la indigencia y reduzca mucho la pobreza mediante subsidios monetarios y, si es políticamente necesario, distribuya activos productivos marginales.[4] La quinta era reduzca el crecimiento demográfico que no era aplicable al Uruguay ni siquiera en 1974 cuando se publicó el libro - en 1974, reitero!

Eso es exactamente lo que se ha hecho en estos casi diez años, porque los que no se dan cuenta que la justicia distributiva sólo puede venir del empleo productivo no tienen otra que seguir esas recomendaciones. Pero ellas no funcionan porque un país donde 95 por ciento de la gente vive en áreas urbanas no puede ofrecer empleos decentes a toda su gente si la producción altamente productiva de bienes transables es sólo agropecuaria.

No funcionan porque querer crecer y distribuir, sin tomar seriamente en cuenta la generación de empleos productivos y bien remunerados, no tiene futuro.

Y en un país pequeño como el nuestro el éxito exige crecer exportando trabajo de su gente junto, por supuesto, con lo que surge de la feracidad de sus tierras. Y ello sólo es posible si se produce un cambio radical en la política de inserción internacional, de inversión y de gasto público junto con la monetaria y fiscal.[5]

Prueba de que cojea  la receta bancomundialista “à la FA” es la situación del mercado de trabajo uruguayo en su mejor año, 2011.[6] Los daros provienen de una retabulación de los datos agregados por el INE para 2011, de la Encuesta Nacional de Hogares Ampliada.[7]

Número
Porcentaje
Ingreso promedio
Ingreso mediano
Asalariado público
236954
15,4
21341
18409
Asal priv emp gdes
348177
22,6
20236
15449
Miembro coop
2647
0,2
16920
13348
Asal priv emp medias
209277
13,6
15257
12450
CP con inversión
309179
20,1
12049
8000
Asal priv emp peq
383020
24,9
9172
8000
Prog soc de empleo
1999
0,1
5382
5240
CP sin local
46347
3,0
3843
2800
Empleo total
1537600
100,0
Desempleo
98000
Fuerza laboral
1635600

 

Como se ve en este cuadro, de poco más de un millón seiscientos mil personas activas[8], casi 800 mil están en una situación razonablemente buena –no son “diezmilpesistas”- que sin duda se asocia a estar sindicalizados y cubiertos por los acuerdos que se alcanzan en los Consejos de Salarios; de ellos, casi un tercio son los empleados públicos que en promedio ganan más que los asalariados de las grandes empresas. Pero atendamos a que los tres grupos de más alto ingreso –en el sentido de que su mediana está claramente arriba de los 10 mil pesos- son los empleados públicos o cooperativistas y los asalariados de las empresas mayores: casi 40 por ciento del total. La mitad de los asalariados privados de empresas medianas superan por muy poco la barrera de los 10 mil pesos.

Pero quedan fuera de protección, olvidados por los CC.SS., por el Ministerio de Trabajo, por todo el gobierno que ni los menciona y, en esencia, hasta por la oposición, los otros casi 840 mil que incluyen a los asalariados de empresas pequeñas, los ocupados por cuenta propia con o sin local, los beneficiarios de los programas sociales de empleo y los desempleados.

Esto, estimado lector, no es lo que yo llamo un mercado de trabajo deseable, y especialmente dado que se llega a él después de los mejores diez años de situación económica externa de que este economista setentón tenga memoria.

Ese mercado de trabajo indeseable es lo que produce los resultados desastrosos que reveló el Censo de 2011 en materia de insatisfacción de necesidades básicas.

El Gobierno puede jactarse de haber casi eliminado la indigencia y reducido mucho la pobreza pero solo si se las mide por el ingreso de la semana de referencia de la encuesta, ingreso que incluye las dádivas del Mides.

Pero esas dádivas no cambian que a esa familia “ya no pobre” se le llueve el techo, tiene “luhelétrica” sólo colgándose de la red, no tiene saneamiento y muy probablemente accede a agua corriente solo yendo con baldes a la única canilla del asentamiento. Ni hablar de seguridad, salud y educación.




[1] Me fue tan bien en el curso que a mediados del 71 estaba de vuelta en Chile, empleado por la Organización Internacional del Trabajo en el área del empleo y, más importante, de los ingresos que el trabajo procuraba. Ahí empecé a aprender  lo que aquí señalo.
[2] Aún no se había incorporado en América Latina el término neoliberal pero en ese entonces,  decir neoclásico era ese mismo insulto.
[3] El período pinochetista había sido de gran concentración y se reía posible revertir eso en poco tiempo.
[4] IBRD & IDS Sussex, Redistribution with growth, 1974, Oxford University Press.
[5] J. Mezzera, “Crecer exportando trabajo uruguayo”, Voces 398, 15 de agosto de 2013
[6] Como sabemos, ya en 2012 comenzaron a notarse los efectos de una reducción en los precios de las exportaciones primarias.
[7] Ésta es una de las dos o tres mejores encuestas de hogares de las Américas.
[8] Llamamos “activos” a quienes tienen trabajo o lo están buscando activamente.

viernes, 28 de junio de 2013

Crecer exportando trabajo uruguayo

Del mercado de trabajo se dice que la tasa de desempleo abierto es baja. Por otros caminos se dice que hay gente que gana poco. Aunque se sabe que hay un gran contingente de excluidos de los beneficios del crecimiento, ello casi nunca se vincula al mercado laboral.

Primero, un buen análisis del mercado de trabajo es lo más importante para una estrategia de desarrollo que se proponga mejorar la distribución del ingreso y terminar con la segregación social. Ignorar el mercado laboral es no entender de justicia social.

Segundo, poco desempleo y bajo ingreso a menudo van juntos: si en una familia nadie gana ni cerca de lo necesario para que la familia sobreviva, entonces todos sus miembros tienen que trabajar en lo que puedan, aun en actividades de pésimo rendimiento, con tal de ayudar a "parar la olla". Es la historia de décadas de migración desde zonas rurales donde todos trabajan ganando muy poco, a ciudades donde se gana tanto más cuando uno tiene empleo que se puede salir bien parado aunque se sufran períodos de desempleo. En otras palabras, es la proliferación de los "diezmilpesistas" –entre ellos los malabaristas de esquina y esquemas semejantes- lo que explica en gran medida la baja tasa de desempleo abierto.

Tercero y mucho más importante, exportar bienes primarios sin procesar o con mínimo procesamiento, genera enormes ganancias para los dueños de la tierra que ha quintuplicado su valor y el monto de sus arrendamiento, tanto como para quienes explotan tierras arrendadas. También provee mejores empleos que nunca para ingenieros agrónomos, veterinarios y otros técnicos asociados a la modernización. Es muy probable que otros trabajadores agropecuarios se hayan beneficiado también.

Todo ello probablemente significa que los beneficiarios directos del crecimiento agropecuario llegan a ser algo así como un 10 por ciento de la población, porque ésta es urbana en casi 95 por ciento.

Pero ocurre también que en las áreas urbanas donde viven y trabajan casi todos los uruguayos, ha habido notables beneficios para los que proveen las maquinarias e insumos para la modernización, y empleo para un grupo de empresas y gente del área de servicios asociados a la creciente exportación agropecuaria: actividades de logística, transporte, financiamiento, comercio exterior, etc.

Se puede calcular que en total, algo menos de la mitad de los trabajadores uruguayos se beneficia directa o indirectamente del crecimiento basado en lo que sale de la tierra.

Como la inmensa mayoría de lo que se exporta –la excepción es la celulosa, pero aun ella se procesa fuera del área urbana- sale con nulo o escaso procesamiento industrial, una alta proporción de los trabajadores del sector urbano privado -que en países con otros modelos de crecimiento son ejecutores y beneficiarios de los procesos de modernización e inserción internacional exitosa- aquí sólo consiguen trabajar en actividades de pequeño comercio y pequeños servicios que les procuran muy bajos ingresos y entonces explican, como dije arriba, tanto el estancamiento socioeconómico urbano como la brecha creciente entre los que encuentran espacio en el modelo y los que no lo logran.



Quienes no encajan en el modelo primario exportador surgen claramente de los dos gráficos anteriores: son los asalariados de las empresas pequeñas (casi 25 por ciento), los trabajadores por cuenta propia con y sin local (23 por ciento), los beneficiarios de los programas sociales y los desempleados.

Esos son los pobres en nuestra sociedad, son esencialmente la mitad del empleo y más de la mitad de la fuerza de trabajo, pero no son el centro de atención ni de los Consejos de Salarios, ni del PIT-CNT ni del Ministerio de Trabajo.

Este modelo de crecimiento primario exportador que han fomentado todos los gobiernos uruguayos de hace muchas décadas deja de lado que exportar lo que sale de la tierra es lo que nos convierte en "el país del futuro"… hace un siglo.

Ignorar las consecuencias del tipo de esquema económico sobre el mercado laboral y, a través de éste, sobre la distribución del ingreso y el desarrollo social explica por qué hemos pasado de ser la excepción en un continente injusto a donde estamos hoy, con la mitad de nuestros trabajadores en carácter de "diezmilpesistas" o apenas más, a menudo mucho menos.

La solución la sabemos todos, porque todos sabemos que un país chico necesita exportar.

Pero los que no piensan en el mercado laboral no se dan cuenta que se trata de exportar trabajo uruguayo.

Para ello hay que decidirse de una vez a exportar a quien quiera comprarnos, aunque no les guste a los "socios" del Mercosur.

La pregunta que se hacen muchos "exportar… qué?" es inaceptable porque para eso están los inversores y empresarios, esos mismos que con el modelo actual producen granos para exportar sin agregar valor o construyen malls de compras o edificios fastuosos en la costa, porque para esas inversiones hay demanda hoy, y es negocio hacerlo. Esos mismos inversores aceptarán el ofrecimiento de otro paradigma de crecimiento, dentro del cual puedan rentablemente invertir en producción para exportar trabajo uruguayo.

Hay que invertir en la infraestructura necesaria para el comercio exterior: hay que generar electricidad abundante a precios competitivos, hay que profundizar los puertos y sus accesos, hay que resolver cómo transportar a ellos los bienes exportables y desde ellos los importados –por tren? por carretera? desde y hacia qué puerto(s)?-
, hay que tener una banda ancha que sea "ancha" de verdad, hay que reducir los costos de nuestros salarios en términos de dólares, hay que terminar con los estímulos negativos de la estructura impositiva y de seguridad social y hay que, reitero, vender a quien quiera comprarnos.

Y, como se hizo en Brasil entre 1999 y 2002, hará falta una unidad no burocratizada de promoción de exportaciones que empiece por mostrar a los potenciales exportadores qué se demanda en los países Tal y Cual, continúe por ayudarlos a adaptar su producción a los patrones demandados, y termine por apoyarlos con crédito y crear una "marca país" válida para promocionar industria y servicios exportables.

Todo eso se puede al menos iniciar si de verdad toda la inversión pública se financia con ahorros privados.

El componente económico de infraestructura de comercio exterior se puede financiar otorgando a los financiadores privados el derecho al cobro de peajes.

Pero hay un crucial componente social, hoy en ruinas, que también hay que atender por la misma vía de la inversión pública con fondos privados: la infraestructura de la educación, de la salud y de la seguridad. Claro que no se puede cobrar peaje por ir a la escuela o al dispensario o a la cárcel, pero ya que es claro que la seguridad de los bonos del Estado uruguayo no difiere de la de los de EE.UU, la solución lógica es que el Estado pague por estas obras edilicias con bonos cotizables en Bolsa, lo cual "licúa" el esfuerzo de inversión y lo hace accesible a un número importante de pequeños inversionistas potenciales.

Poner en marcha un tal mecanismo tendría efectos macroeconómicos muy positivos.

Se reduciría el gasto público en varios puntos de por ciento del PBI y así se desvanecería el fantasma inflacionario siempre que no se insista en otorgar alzas salariales insostenibles.

Se reduciría el tamaño de la devaluación necesaria para reconstruir la competitividad perdida.

El proceso de inversión pública dejaría de estar constreñido por el presupuesto.

Los tiempos de construcción se reducirían sensiblemente.

Se reducirían mucho los costos internos –típicamente de energía y transporte- haciendo más competitiva la producción nacional de bienes y servicios transables.

Y, lo más importante, se generaría una fuerte demanda por trabajo de mediana calificación, que ayudaría a recomponer los niveles de ingreso urbano y así mejorar incluso los ingresos de los que hoy venden bienes y servicios a los trabajadores de las ciudades.

Lo demás se nos daría por añadidura.

domingo, 26 de mayo de 2013

Este fue a El Observador, 26/05/2013

Un fantasma muy actual
Ni “si lo dijo Amodio debe ser cierto”, ni todo lo que dice es novedad. Pero sí describe aspectos cruciales de estos dos gobiernos últimos y muy especialmente del actual. Y lo más oportuno de la reaparición del fantasma es cuán actuales son los temas que señala.
El primero es que se miente, entonces y ahora, en todos los planos, hasta los más sencillos y evidentes. Uno de éstos: ahora OSE reconoce que “busca un Plan B” para poder aprovisionar de agua aceptable a la población de Montevideo; pero cuando surgió el tema hace poco, los frentistas a coro lo descalificaron como estrategia electoral. Además, se esconde información  -esencialmente es lo mismo- en materias tan variopintas como la del que se ahogó nadando con los zapatos puestos, como cuando se ordena que no se informe del número de abortos; como la de dejar morir el tema del notorio Cr. Feldman y su arsenal; como decir que la casa que se compró para el hermano de Tabaré Vázquez no era en una zona tan “cheta” como lo es; como hablar sólo de la tasa de desempleo pero ni mencionar el bajísimo nivel de los ingresos de la mitad de los trabajadores; como que haya ido desapareciendo la noticia del robo de 350 mil euros del BROU y esfumándose tanto la investigación sobre aquella señora que voló en pedazos en el Buceo como sobre negocios con Venezuela donde andaban enredados parientes de próceres frentistas. Así podríamos llenar páginas enteras.
Segundo, la actitud totalitaria no soporta el análisis público: hace décadas la historia oficial nos dice que “la Orga” cayó porque la vendió Amodio. A muchos nos pareció que al menos algo tenía que ver la diferencia de enfrentarse con la Policía –entrenada para proteger ciudadanos- o con el Ejército, cuyo deber es destruir al enemigo. Y ahora Amodio nos dice que traicionó porque ya no quedaba nada que valiera la pena no traicionar porque la guerra que los Tupamaros desataron estaba perdida; esto sí lo supimos todos desde que trataron de convertirse en guerrilla rural. Que Amodio no trata de quitarse el sayo de traidor, sino explicarlo racionalmente, hace más creíble su historia.
Tercero y principal, nos dice que no quedaba nada porque los errores de la dirección de aquella aventura totalitaria habían ido desmoronando todo cuanto ella quiso hacer, lo cual es el parecido más impresionante con estos dos gobiernos frentistas y especialmente con el que encabeza Mujica. Empezando en 1990 con aquello de que no entrarían manos en las latas y de “basurales limpios en 90 días”, hoy resulta que OSE no tiene cómo impedir que se siga agravando la mala calidad del agua corriente mientras se multiplican los basurales; que sabemos que la administración de Campiani nos costó millones de dólares pero nadie sabe cómo resolver el mamarracho que los dos gobiernos hicieron con Pluna; que tenemos un déficit fiscal y externo crecientes al final de la mejor y más larga coyuntura externa de la historia nacional; que después de ocho años de hoy que sí, mañana que no, terminamos en un contrato por la regasificadora que hubo que firmar sin tiempo de leerlo y, si no resulta otra Pluna, será por milagro porque si a la empresa trasnacional “que ganó” no le gusta algo que hicimos, leva anclas y se va a la… mar; que la educación nos cuesta el triple pero educa menos que nunca; que el sistema de salud no asegura la salud de nadie al punto que quien puede se va a tratar al exterior; que la mitad de los trabajadores son “diezmilpesistas” o menos mientras vemos más casas, autos y yates de lujo que nunca pero el gobierno no se arruga al decir que mejoró la distribución del ingreso; que la ley que se promovió como contraria a la concentración de la tierra es tan mala que la asegura y con ello desbarata todo argumento de mejora distributiva; que Montevideo está asolada por delincuentes mientras Bonomi sin reírse dice que “Carrasco tiene niveles de seguridad del Primer Mundo”; que una delegación de ex tupamaros cuyo vocero fue el más incompetente de los Ministros hizo una vez más amenazas a la separación de poderes que garantiza la democracia en línea con lo político como superior a la mejor usanza de Chávez, de Maduro, de la Reina Vecina y de Correa; que tuvimos un Presidente que trató de “prepotear” a la Argentina seguido por otro que le acepta todo con la actitud de un presidiario que pide favores; que un proyecto de ley amenaza meter presos a los empresarios si es que hay algún riesgo de que un trabajador “se refale” en una mancha de aceite y otro que podrá ser usado para amordazar a la prensa como en Ecuador y Venezuela...
Todo este desastre al cabo de 23 años en Montevideo y ocho en el Poder Ejecutivo con mayorías parlamentarias.
Estas “cartas del fantasma” explican cómo, por incompetencia y totalitarismo, han conseguido terminar de destruir buena parte de lo que iba quedando de un país en el que de verdad valía la pena vivir.

jueves, 23 de mayo de 2013

Un invento, pero realista y decidor que publiqué antes pero vale la pena reproducir ahora

El productor de estizas.

Ahora que se viene la masa principal de las negociaciones salariales de 2013, conviene analizar un caso en que se puede acabar con la rentabilidad de una empresa y al mismo tiempo con varios cientos de empleos productivos y bien remunerados, cuando se hacen reclamos salariales que a primera vista parecen muy razonables.

Supongamos un empresario que produce “estizas”, un producto de uso común cuyo nombre se usa para que no nos enredemos en discusiones sobre detalles que no hacen al centro de la historia.

Esta empresa produce estizas suficientes como para venderle, en promedio, una por semana a cada uno del millón de hogares que, más o menos, tiene la República, y las vende a 50 pesos cada una. Sus ventas totales de 52 millones de estizas al año totalizan ventas anuales por 2.600 millones de pesos. El costo de producción, incluyendo los impuestos, BPS, etc., es de 49,50 pesos por cada estiza, una tasa de ganancia muy pequeña, de 1%. Sin embargo, como vende muchas, el empresario gana 26 millones de pesos al año, más de un millón de dólares, vive en una regia casa con dos empleadas en Carrasco, tiene otra regia casa con casero y señora-cocinera y un barco en Punta del Este, llega a la fábrica en un Mercedes del año, y bajo cualquier concepto es un hombre riquísimo.

Aun con todo ese lujo, al hombre le queda bastante dinero que está pensando reinvertir en la empresa para producir más estizas de mejor calidad. Esto de la reinversión no es una enfermedad capitalista, ni le pasa sólo a este empresario: mal que mal, hace años que China es el país con la más alta tasa de inversión del mundo y ya 40 por ciento de ella es reinversión de las ganancias de las empresas instaladas en China en los últimos diez años. Digamos de paso que esas ganancias se producen a pesar que en esos diez años los salarios reales en esas empresas han aumentado entre 45 y 65 por ciento, superan en 30 por ciento los salarios pagados por las empresas públicas y duplican los salarios obtenidos en empresas colectivas.

Los cálculos primarios que anda haciendo el empresario uruguayo de las estizas le dicen que el año que viene va a poder contratar unos 49 trabajadores adicionales a los 347 que emplea hoy, y que va a poder bajar el costo de producción y así bajar el precio y ampliar su mercado, desplazando al que hoy es el competidor principal, una empresa argentina que es de un señor Mópez Lena, un porteño que cuando le conviene se dice uruguayo.

Pero sus trabajadores, que creen que ganan poco y que ha llegado “la hora del giro a la izquierda”, deciden que quieren ganar más porque sus líderes sindicales le dicen que al empresario rico le sobra la plata y es justo que la reparta. Amenazan con ir a la huelga, tienen el apoyo del Ministerio de Trabajo y se les aumenta el salario medio en 2,4 por ciento, que es un alza real porque para simplificar los cálculos supongo que no hay inflación en este país de las estizas. Cualquier miembro de “la izquierda” diría que un 2,4 por ciento de alza real no hace más que recuperar una pequeña parte de lo que se les robó a los trabajadores durante décadas de gobiernos coimeros y vendidos aliados a los grupos empresariales explotadores.

Ahora veamos el equilibrio de la empresa. Resulta que antes del alza salarial, todos los costos no salariales eran $ 29,50, el 60 por ciento de los totales, y los salariales eran $ 20, o el 40 por ciento. Una vez producida el alza salarial, el costo no salarial sigue siendo $ 29,50 y los salariales subieron a 20,48, lo que de nuevo parece una minucia. De hecho, “la izquierda” dice que quejarse por medio peso de alza es típico de la oligarquía explotadora que pretende seguir lucrando con el sufrimiento de los trabajadores como hizo durante décadas bajo los gobiernos entreguistas blancos y colorados que estaban bajo la sujeción del imperialismo y el Fondo Monetario-, pero ya no más!!

El costo total sube hasta $ 49,98 por estiza. Como en este país no hay inflación y siempre está vigente la posibilidad de importar más estizas de Argentina igual que importamos pan Fargo, el empresario no puede subir el precio so pena de perder mercado.

Las utilidades anuales del empresario caen de 26 millones de pesos a poco más de un millón, o sea que el hombre perdió el 96 por ciento de lo que ganaba.

El empresario no puede llevarse la empresa a otra parte, ni la va a poder vender porque con esta ecuación de costos y precios la empresa ya no vale nada. Antes del alza, la empresa producía ganancias muy superiores al millón de dólares y, en consecuencia, debe haber valido no menos de 10 millones de dólares. Hoy no se puede vender por nada. “La izquierda” festeja que le quitó diez millones al oligarca explotador.

Pero la inversión que el empresario estaba pensando hacer, y los 49 empleos que pensaba crear junto con los 347 que ya generaba, y la sustitución de las importaciones desde Argentina, y los impuestos y aportes que el empresario pagaba sobre cada paso que daba, se fueron por el mismo caño que se llevó la rentabilidad de la empresa.

Y dentro de poco el empresario va a decidir que por unos pocos miles de  pesos al mes no le vale la pena hacerse mala sangre ni arriesgarse a ir preso porque un trabajador se lastimó al “refalar” en un charco de aceite que dejó otro.

El hombre va a cerrar la empresa y se va a ir a Europa con la señora, dejando atrás un montón de trabajadores desempleados y una serie de juicios laborales del tamaño de los que dejó Dancotex cuando pasó por exactamente esta misma historia.

También va a dejar un mercado de estizas dominado por la empresa argentina del porteño que se dice uruguayo, mientras el Ministerio de Trabajo anuncia que se están estudiando acciones legales contra el empresario y que la empresa probablemente se convertirá en una cooperativa de trabajadores.

viernes, 8 de marzo de 2013

Don Juan Castillo (El Observador, 8 de marzo de 2013)

Apreciado señor Director, creo que a esta altura el Sr. Juan Castillo debería saber que frases como la que apareció en El Observador del 5 de marzo: “Sin prisa y sin pausa el FA va a seguir cambiando el país a favor de los más desfavorecidos” se demuestran falsas en cuanto uno mira lo que muestran los datos del INE –un organismo del Gobierno, no de alguna “oposición mentirosa”
Esos datos provienen de la Encuesta Nacional de Hogares Ampliada de 2011, el último año disponible, y demuestran que entre los trabajadores quienes mejoraron fueron los asalariados que negocian colectivamente y muy especialmente los del sector público, que en general no son de la gente que “se mata trabajando” pero ganaba, en promedio 23 mil pesos al mes. Los seguían otros de los prendidos a la teta estatal, los miembros de las subsidiadas cooperativas de producción y recién en tercer lugar aparecían los asalariados de empresas privadas, que sí trabajan en serio para ganar dos tercios de lo que reciben los públicos.
Pero los más desfavorecidos, señor Castillo, no son los asalariados que negocian colectivamente y llevan a los burócratas sindicales a cumbres que no merecen, sino los trabajadores de empresas pequeñas, por tanto no sindicalizados, y los trabajadores por su cuenta con inversión propia que no son empleados de nadie, que no tienen teta de patrón de la cual colgarse y que, en consecuencia, ganan poco más de la mitad de los públicos; esta es gente que, además de trabajar más horas que nadie, invirtieron lo que tenían en su pequeño negocio, “jugándosela” como no lo ha hecho ningún burócrata sindical.
Finalmente, están, esos sí, los verdaderos desamparados, que son los trabajadores por cuenta propia sin inversión, pobres entre los pobres porque ni un puestito en la calle han logrado tener y en 2011 les pertenecía un ingreso medio de menos de 4 mil pesos.
Qué ha hecho, señor Castillo, la burocracia sindical por éstos que son los verdaderos pobres, qué ha hecho por ellos el PIT-CNT? Qué ha hecho por ellos su Frente Amplio que lo sentó en el Palacio Legislativo? Qué han hecho todos ustedes, Señor Castillo, más que arrogarse aciertos, virtudes, bondades, acciones e intenciones que no tienen?
Agradezco al señor Director la posibilidad de poner las cosas en su lugar en este Uruguay donde tanta gente tergiversa, con éxito, la realidad. Un cordial saludo de
Jaime Mezzera