viernes, 28 de junio de 2013

Crecer exportando trabajo uruguayo

Del mercado de trabajo se dice que la tasa de desempleo abierto es baja. Por otros caminos se dice que hay gente que gana poco. Aunque se sabe que hay un gran contingente de excluidos de los beneficios del crecimiento, ello casi nunca se vincula al mercado laboral.

Primero, un buen análisis del mercado de trabajo es lo más importante para una estrategia de desarrollo que se proponga mejorar la distribución del ingreso y terminar con la segregación social. Ignorar el mercado laboral es no entender de justicia social.

Segundo, poco desempleo y bajo ingreso a menudo van juntos: si en una familia nadie gana ni cerca de lo necesario para que la familia sobreviva, entonces todos sus miembros tienen que trabajar en lo que puedan, aun en actividades de pésimo rendimiento, con tal de ayudar a "parar la olla". Es la historia de décadas de migración desde zonas rurales donde todos trabajan ganando muy poco, a ciudades donde se gana tanto más cuando uno tiene empleo que se puede salir bien parado aunque se sufran períodos de desempleo. En otras palabras, es la proliferación de los "diezmilpesistas" –entre ellos los malabaristas de esquina y esquemas semejantes- lo que explica en gran medida la baja tasa de desempleo abierto.

Tercero y mucho más importante, exportar bienes primarios sin procesar o con mínimo procesamiento, genera enormes ganancias para los dueños de la tierra que ha quintuplicado su valor y el monto de sus arrendamiento, tanto como para quienes explotan tierras arrendadas. También provee mejores empleos que nunca para ingenieros agrónomos, veterinarios y otros técnicos asociados a la modernización. Es muy probable que otros trabajadores agropecuarios se hayan beneficiado también.

Todo ello probablemente significa que los beneficiarios directos del crecimiento agropecuario llegan a ser algo así como un 10 por ciento de la población, porque ésta es urbana en casi 95 por ciento.

Pero ocurre también que en las áreas urbanas donde viven y trabajan casi todos los uruguayos, ha habido notables beneficios para los que proveen las maquinarias e insumos para la modernización, y empleo para un grupo de empresas y gente del área de servicios asociados a la creciente exportación agropecuaria: actividades de logística, transporte, financiamiento, comercio exterior, etc.

Se puede calcular que en total, algo menos de la mitad de los trabajadores uruguayos se beneficia directa o indirectamente del crecimiento basado en lo que sale de la tierra.

Como la inmensa mayoría de lo que se exporta –la excepción es la celulosa, pero aun ella se procesa fuera del área urbana- sale con nulo o escaso procesamiento industrial, una alta proporción de los trabajadores del sector urbano privado -que en países con otros modelos de crecimiento son ejecutores y beneficiarios de los procesos de modernización e inserción internacional exitosa- aquí sólo consiguen trabajar en actividades de pequeño comercio y pequeños servicios que les procuran muy bajos ingresos y entonces explican, como dije arriba, tanto el estancamiento socioeconómico urbano como la brecha creciente entre los que encuentran espacio en el modelo y los que no lo logran.



Quienes no encajan en el modelo primario exportador surgen claramente de los dos gráficos anteriores: son los asalariados de las empresas pequeñas (casi 25 por ciento), los trabajadores por cuenta propia con y sin local (23 por ciento), los beneficiarios de los programas sociales y los desempleados.

Esos son los pobres en nuestra sociedad, son esencialmente la mitad del empleo y más de la mitad de la fuerza de trabajo, pero no son el centro de atención ni de los Consejos de Salarios, ni del PIT-CNT ni del Ministerio de Trabajo.

Este modelo de crecimiento primario exportador que han fomentado todos los gobiernos uruguayos de hace muchas décadas deja de lado que exportar lo que sale de la tierra es lo que nos convierte en "el país del futuro"… hace un siglo.

Ignorar las consecuencias del tipo de esquema económico sobre el mercado laboral y, a través de éste, sobre la distribución del ingreso y el desarrollo social explica por qué hemos pasado de ser la excepción en un continente injusto a donde estamos hoy, con la mitad de nuestros trabajadores en carácter de "diezmilpesistas" o apenas más, a menudo mucho menos.

La solución la sabemos todos, porque todos sabemos que un país chico necesita exportar.

Pero los que no piensan en el mercado laboral no se dan cuenta que se trata de exportar trabajo uruguayo.

Para ello hay que decidirse de una vez a exportar a quien quiera comprarnos, aunque no les guste a los "socios" del Mercosur.

La pregunta que se hacen muchos "exportar… qué?" es inaceptable porque para eso están los inversores y empresarios, esos mismos que con el modelo actual producen granos para exportar sin agregar valor o construyen malls de compras o edificios fastuosos en la costa, porque para esas inversiones hay demanda hoy, y es negocio hacerlo. Esos mismos inversores aceptarán el ofrecimiento de otro paradigma de crecimiento, dentro del cual puedan rentablemente invertir en producción para exportar trabajo uruguayo.

Hay que invertir en la infraestructura necesaria para el comercio exterior: hay que generar electricidad abundante a precios competitivos, hay que profundizar los puertos y sus accesos, hay que resolver cómo transportar a ellos los bienes exportables y desde ellos los importados –por tren? por carretera? desde y hacia qué puerto(s)?-
, hay que tener una banda ancha que sea "ancha" de verdad, hay que reducir los costos de nuestros salarios en términos de dólares, hay que terminar con los estímulos negativos de la estructura impositiva y de seguridad social y hay que, reitero, vender a quien quiera comprarnos.

Y, como se hizo en Brasil entre 1999 y 2002, hará falta una unidad no burocratizada de promoción de exportaciones que empiece por mostrar a los potenciales exportadores qué se demanda en los países Tal y Cual, continúe por ayudarlos a adaptar su producción a los patrones demandados, y termine por apoyarlos con crédito y crear una "marca país" válida para promocionar industria y servicios exportables.

Todo eso se puede al menos iniciar si de verdad toda la inversión pública se financia con ahorros privados.

El componente económico de infraestructura de comercio exterior se puede financiar otorgando a los financiadores privados el derecho al cobro de peajes.

Pero hay un crucial componente social, hoy en ruinas, que también hay que atender por la misma vía de la inversión pública con fondos privados: la infraestructura de la educación, de la salud y de la seguridad. Claro que no se puede cobrar peaje por ir a la escuela o al dispensario o a la cárcel, pero ya que es claro que la seguridad de los bonos del Estado uruguayo no difiere de la de los de EE.UU, la solución lógica es que el Estado pague por estas obras edilicias con bonos cotizables en Bolsa, lo cual "licúa" el esfuerzo de inversión y lo hace accesible a un número importante de pequeños inversionistas potenciales.

Poner en marcha un tal mecanismo tendría efectos macroeconómicos muy positivos.

Se reduciría el gasto público en varios puntos de por ciento del PBI y así se desvanecería el fantasma inflacionario siempre que no se insista en otorgar alzas salariales insostenibles.

Se reduciría el tamaño de la devaluación necesaria para reconstruir la competitividad perdida.

El proceso de inversión pública dejaría de estar constreñido por el presupuesto.

Los tiempos de construcción se reducirían sensiblemente.

Se reducirían mucho los costos internos –típicamente de energía y transporte- haciendo más competitiva la producción nacional de bienes y servicios transables.

Y, lo más importante, se generaría una fuerte demanda por trabajo de mediana calificación, que ayudaría a recomponer los niveles de ingreso urbano y así mejorar incluso los ingresos de los que hoy venden bienes y servicios a los trabajadores de las ciudades.

Lo demás se nos daría por añadidura.