viernes, 4 de enero de 2013

Pensando en una mejor forma de crecer

En materia del impacto de la economía sobre el bienestar de la sociedad y especialmente de los más débiles, el país ha basado su “éxito” reciente en que se exporte la producción de la tierra con lo cual resulta que primero y más que nadie, se benefician los dueños de la tierra y los que la explotan.
Se ha profundizado la segmentación social del Uruguay: los que lograron beneficiarse fueron no sólo los más ricos sino los mejor preparados, los mejor conectados, los que mejor aprovecharon la información, mientras los que no están en esos grupos se quedaron atrás y son olvidados a la hora de la jactancia.
En 2011, la mitad de todos los trabajadores ganaba apenas más de los 10 mil pesos, casi eran “diezmilpesistas”. La mitad de los asalariados privados ganaba apenas más de 11 mil pesos. La mitad inferior de los trabajadores por cuenta propia ganaba unos 8 mil pesos, y la de los beneficiarios de los programas sociales de empleo, 5 mil.
Estos grupos eran el 40 por ciento de los ocupados, eran en esencia diezmilpesistas, mientras se multiplicaban las residencias en Punta del Este, los yates, las 4x4, los viajes lujosos, el whisky de 12 años y el agua mineral importada al país del Agua Salus.
La Encuesta de Hogares no muestra que mejoró la distribución del ingreso porque esas encuestas nunca logran captar los ingresos de los ricos. Nuestra encuesta tampoco capta el ingreso de los más empobrecidos porque no los encuentra: como se usa una muestra de 2004 muchos de quienes vivían en áreas urbanas pobres, hoy viven en cantegriles y así los encuestadores no tienen cómo encontrarlos.
La suma del empleo bien remunerado en el agro, los servicios urbanos modernos, el empleo público, la construcción comercial, la escasa industria nacional y algunas actividades comerciales de mediana productividad apenas sobrepasa la mitad de la fuerza de trabajo, y así deniega el acceso a los beneficios del progreso técnico a no menos de 45 por ciento de la población activa del país, una vez que se cuentan los desocupados.
Ese grupo de trabajadores queda relegado por falta de acceso a empleos bien remunerados, en empresas suficientemente productivas como para poder pagar los salarios y demás costos correspondientes a una sociedad moderna justa.
Cómo revertir esa segmentación que destruye la sociedad igualitaria uruguaya?
La experiencia internacional nos dice que eso se logra sólo si se crean miles de empleos bien remunerados, estables, provistos de seguridad social y sindicalizados. Es decir, empleos industriales.
Primero fue Inglaterra que desde 1750 se industrializó, empleó gente con salarios altos que la atrajeron a las ciudades donde recibió salud, educación y sindicalización. La segunda ola de industrialización inglesa llevó a sus artefactos de guerra y transporte a dominar las tierras y los mares.
La riqueza de las naciones ha estado siempre asociada a su industrialización, desde la Alemania y los Estados Unidos de la segunda mitad del Siglo XIX hasta la China de principios del Siglo XXI, pasando por Japón, Corea, y los otros países asiáticos que siguen sus pasos. Casi no hay excepción a la regla de las diversas formas de industrialización como camino al desarrollo económico y social.
La excepción son los países latinoamericanos, que creen ser el continente del futuro… desde hace más de un siglo.
En un país pequeño, las empresas que generen buenos empleos sólo pueden ser exportadoras. Lo demuestran las empresas que exportan trabajo uruguayo en forma de logística y de servicios de altísima especialización como en el caso del software.
Hay quien pregunta “exportar, qué?” Eso sólo lo pueden descubrir los empresarios modernizadores, si el Estado ofrece las condiciones necesarias: apertura a exportar sin restricciones artificiales, tipo de cambio real alto y estable, y algunas ventajas internas que, sin violar las normas de la OMC, compensen aunque sea en parte que la industria no tiene la inmensa ventaja que al agro le da la fertilidad de la tierra.
No se trata de “exportar de todo” como se intentó hasta mediados del siglo pasado. Ni se trata de competir con países de salarios bajísimos, como no se pretendería reemplazar la producción suiza de relojes o la alemana de elementos ópticos de suprema calidad. Pero para un país pequeño el mundo está lleno de nichos rentables que los empresarios deben descubrir: “exportare necesse” y no sólo lo que sale de la tierra.