miércoles, 11 de septiembre de 2013

Del mercado de trabajo se dice que la tasa de desempleo abierto es baja. Por otros caminos se dice que hay gente que gana poco. Aunque se sabe que hay un gran contingente de excluidos de los beneficios del crecimiento, ello casi nunca se vincula al mercado laboral.[1]
Primero, un buen análisis del mercado de trabajo es lo más importante para una estrategia de desarrollo que se proponga mejorar la distribución del ingreso y terminar con la segregación social. Ignorar el mercado laboral es no entender de justicia social.
Segundo, poco desempleo y bajo ingreso a menudo van juntos: si en una familia nadie gana ni cerca de lo necesario para que la familia sobreviva, entonces todos sus miembros tienen que trabajar en lo que puedan, aun en actividades de pésimo rendimiento, con tal de ayudar a “parar la olla”. Es la historia de décadas de migración desde zonas rurales donde todos trabajan ganando muy poco, a ciudades donde se gana tanto más cuando uno tiene empleo que se puede salir bien parado aunque se sufran períodos de desempleo.[2] En otras palabras, es la proliferación de los “diezmilpesistas” –entre ellos los malabaristas de esquina y esquemas semejantes- lo que explica en gran medida la baja tasa de desempleo abierto.[3]
Tercero y mucho más importante, exportar bienes primarios sin procesar o con mínimo procesamiento, genera enormes ganancias para los dueños de la tierra que ha quintuplicado su valor y el monto de sus arrendamiento, tanto como para quienes explotan tierras arrendadas. También provee mejores empleos que nunca para ingenieros agrónomos, veterinarios y otros técnicos asociados a la modernización. Es muy probable que otros trabajadores agropecuarios se hayan beneficiado también.
Todo ello probablemente significa que los beneficiarios directos del crecimiento agropecuario llegan a ser algo así como un 10 por ciento de la población, porque ésta es urbana en casi 95 por ciento.
Pero ocurre también que en las áreas urbanas donde viven y trabajan casi todos los uruguayos, ha habido notables beneficios para los que proveen las maquinarias e insumos para la modernización, y empleo para un grupo de empresas y gente del área de servicios asociados a la creciente exportación agropecuaria: actividades de logística, transporte, financiamiento, comercio exterior, etc.
Se puede calcular que en total, algo menos de la mitad de los trabajadores uruguayos se beneficia directa o indirectamente del crecimiento basado en lo que sale de la tierra.
Como la inmensa mayoría de lo que se exporta –la excepción es la celulosa, pero aun ella se procesa fuera del área urbana- sale con nulo o escaso procesamiento industrial, una alta proporción de los trabajadores del sector urbano privado -que en países con otros modelos de crecimiento son ejecutores y beneficiarios de los procesos de modernización e inserción internacional exitosa- aquí sólo consiguen trabajar en actividades de pequeño comercio y pequeños servicios que les procuran muy bajos ingresos y entonces explican, como dije arriba, tanto el estancamiento socioeconómico urbano como la brecha creciente entre los que encuentran espacio en el modelo y los que no lo logran.


Quienes no encajan en el modelo primario exportador surgen claramente de los dos gráficos anteriores: son los asalariados de las empresas pequeñas (casi 25 por ciento), los trabajadores por cuenta propia con y sin local (23 por ciento), los beneficiarios de los programas sociales[4] y los desempleados.[5]
Esos son los pobres en nuestra sociedad, son esencialmente la mitad del empleo y más de la mitad de la fuerza de trabajo, pero no son el centro de atención ni de los Consejos de Salarios, ni del PIT-CNT ni del Ministerio de Trabajo.
Este modelo de crecimiento primario exportador que han fomentado todos los gobiernos uruguayos de hace muchas décadas deja de lado que exportar lo que sale de la tierra es lo que nos convierte en “el país del futuro”… hace un siglo.
Ignorar las consecuencias del tipo de esquema económico sobre el mercado laboral y, a través de éste, sobre la distribución del ingreso y el desarrollo social explica por qué hemos pasado de ser la excepción en un continente injusto a donde estamos hoy, con la mitad de nuestros trabajadores en carácter de “diezmilpesistas” o apenas más, a menudo mucho menos.
La solución la sabemos todos, porque todos sabemos que un país chico necesita exportar.
Pero los que no piensan en el mercado laboral no se dan cuenta que se trata de exportar trabajo uruguayo.
Para ello hay que decidirse de una vez a exportar a quien quiera comprarnos, aunque no les guste a los “socios” del Mercosur.
La pregunta que se hacen muchos “exportar… qué?” es inaceptable porque para eso están los inversores y empresarios, esos mismos que con el modelo actual producen granos para exportar sin agregar valor o construyen malls de compras o edificios fastuosos en la costa, porque para esas inversiones hay demanda hoy, y es negocio hacerlo. Esos mismos inversores aceptarán el ofrecimiento de otro paradigma de crecimiento, dentro del cual puedan rentablemente invertir en producción para exportar trabajo uruguayo.
Hay que invertir en la infraestructura necesaria para el comercio exterior: hay que generar electricidad abundante a precios competitivos, hay que profundizar los puertos y sus accesos, hay que resolver cómo transportar a ellos los bienes exportables y desde ellos los importados –por tren? por carretera? desde y hacia qué puerto(s)?- [6], hay que tener una banda ancha que sea “ancha” de verdad, hay que reducir los costos de nuestros salarios en términos de dólares, hay que terminar con los estímulos negativos de la estructura impositiva y de seguridad social y hay que, reitero, vender a quien quiera comprarnos.
Y, como se hizo en Brasil entre 1999 y 2002, hará falta una unidad no burocratizada de promoción de exportaciones que empiece por mostrar a los potenciales exportadores qué se demanda en los países Tal y Cual, continúe por ayudarlos a adaptar su producción a los patrones demandados, y termine por apoyarlos con crédito y crear una “marca país” válida para promocionar industria y servicios exportables.
Todo eso se puede al menos iniciar si de verdad toda la inversión pública se financia con ahorros privados.[7]
El componente económico de infraestructura de comercio exterior se puede financiar otorgando a los financiadores privados el derecho al cobro de peajes.
Pero hay un crucial componente social, hoy en ruinas, que también hay que atender por la misma vía de la inversión pública con fondos privados: la infraestructura de la educación, de la salud y de la seguridad. Claro que no se puede cobrar peaje por ir a la escuela o al dispensario o a la cárcel, pero ya que es claro que la seguridad de los bonos del Estado uruguayo no difiere de la de los de EE.UU, la solución lógica es que el Estado pague por estas obras edilicias con bonos cotizables en Bolsa, lo cual “licúa” el esfuerzo de inversión y lo hace accesible a un número importante de pequeños inversionistas potenciales.
Poner en marcha un tal mecanismo tendría efectos macroeconómicos muy positivos.
Se reduciría el gasto público en varios puntos de por ciento del PBI y así se desvanecería el fantasma inflacionario siempre que no se insista en otorgar alzas salariales insostenibles.
Se reduciría el tamaño de la devaluación necesaria para reconstruir la competitividad perdida.
El proceso de inversión pública dejaría de estar constreñido por el presupuesto.
Los tiempos de construcción se reducirían sensiblemente.
Se reducirían mucho los costos internos –típicamente de energía y transporte- haciendo más competitiva la producción nacional de bienes y servicios transables.
Y, lo más importante, se generaría una fuerte demanda por trabajo de mediana calificación, que ayudaría a recomponer los niveles de ingreso urbano y así mejorar incluso los ingresos de los que hoy venden bienes y servicios a los trabajadores de las ciudades.
Lo demás se nos daría por añadidura.


[1] Ahora adoptaron la expresión de “núcleo duro de la pobreza” que en el resto de América Latina se usó a fines del siglo pasado y se dejó de usar hace muchos años porque no tiene sentido que incite a creer que hay gente irrecuperable a la cual hay que otorgarle dádivas. Núcleo duro, digamos 7%  de la población, más de 200 mil habitantes? Qué disparate!
[2] Hace más de 40 años que la aparente contradicción de emigrar hacia lugares con más desempleo fue explicada por el llamado “modelo de Harris-Todaro” en las ediciones de 1969 y 1970 de la American Economic Review. Los economistas uruguayos, quizá por no leer en inglés, rara vez tienen esto en cuenta.
[3] Los malabaristas son considerados ocupados porque responden “sí” a la pregunta (que se hace aquí como en todas partes) de si “hizo algo en la semana de referencia que le permitió obtener algún ingreso”. Si un punguista o copador contestara honestamente a la pregunta del cuestionario de la Encuesta, también aparecería como ocupado –y con mejor ingreso que el malabarista.
[4] Esta cifra seguramente es mucho mayor. Pero la mayoría de esos beneficiarios probablemente tiene otra fuente de ingresos que es la que declaran.
[5] Los datos provienen de una retabulación de la Encuesta de Hogares de 2011 que están disponibles en la página web del INE.
[6] Hay un esfuerzo por generar electricidad por vía de molinos de viento; pero cuando se importan los molinos necesarios para abastecer una fracción pequeña de la demanda, resulta que no hay carreteras por dónde trasportarlos sin crear un caos de tránsito carretero y probablemente destrozar los caminos más aún que la madera y los granos.
[7] Será necesario volver a generar en los inversores la confianza que Mujica creó en el Conrad y después fue demoliendo concienzudamente a partir de su “giro a la izquierda”.

Para distribuir hay que cambiar el uso de los recursos


En 1969, sin terminar Ciencias Económicas tuve el descaro de postular a un curso de posgrado sobre temas económicos en Chile. Estuve ahí todo el año 70, me apasioné por la candidatura de Allende y de hecho salí a festejar por las calles el 4 de setiembre cuando ganó –claro, yo era de los que marchábamos por 18 y al llegar a Yaguarón gritábamos “ahí están/esos son/los que venden/la Nación!”, al pasar frente al diario El Día.[1]

En Chile, ese 71 fue un año de gloria izquierdista, con crecimiento, con reforma agraria, con toda clase de programas que prometían llevar al país a una mejor distribución del ingreso, con nacionalizaciones de empresas extranjeras –hasta el cobre de los yanquis a pesar de la Enmienda Hickenlooper!- y estatizaciones de empresas y bancos nacionales, con impuestos finalistas para la redistribución del ingreso y con gasto, mucho gasto, para revertir rápidamente la explotación y la miseria.

Ya en el 72 a los que mirábamos las cifras macroeconómicas nos empezó a entrar la duda porque eran grandes y crecientes la inflación y los déficit interno y externo. Un querido compatriota inauguró una revista de la OPP llamada Nueva Economía con un exordio en que explicó que la revista iba a mostrar que las limitaciones de que hablaban la teoría monetaria y la fiscal “neoclásicas” eran paparruchas y que la revista se creaba para demostrarlo.[2]

En el 73 hasta los más recalcitrantes nos dábamos cuenta que lo que estaba agotado era el modelo distributivista a ultranza que es una traducción al marxismo decimonónico de aquello que suena a monje medieval, de “haz el bien y no mires a quién”.

Al menos, Pedro Vuskovic y su equipo económico tenían claro que si no afectaban el acceso a recursos productivos, distribuir por la vía del ingreso y el gasto públicos era una utopía. Casi 40 años después, el Chile de hoy le da la razón: desde que se fue el pinochetismo, sucesivos gobiernos han hecho todo lo imaginable y más, para distribuir por la vía de cobrar impuestos y usarlos para beneficiar a los pobres. La distribución del ingreso en Chile no ha variado un ápice desde que se fue Pinochet hasta hoy, por mucho que les pese a los democristianos y a los socialistas e incluso a la derecha que va saliendo después de hacer esfuerzos igualmente genuinos y descaminados por cambiar la distribución del ingreso y el bienestar sin tocar nada que tenga que ver con el uso de los recursos productivos.[3]

Estoy abogando por volver a la reforma agraria, las nacionalizaciones y estatizaciones?

De ninguna manera, primero porque resulta que estaba ahí para ver cómo dejan de producir y se pierden los recursos productivos cuando falta el que sabía manejarlos. Y segundo porque en setiembre de 1973 los dueños primitivos de los recursos tuvieron su revancha tan efectiva como salvaje. Y sí, hubo intervención yanqui en apoyo de la reacción de parte de los antiguos dueños del poder y la riqueza. Pero a mediados del ´73 todos, dentro y fuera de la Unidad Popular, habíamos aprendido dos cosas: que los límites existen, y que la redistribución vía estatizaciones es inútil si no hay un cambio productivo viable hacia una economía con muchísimos más empleos de alta calidad.

Si no fuera porque eso lo sabían hasta los minifundistas y los que administraban un kiosquito, el pueblo chileno, que no es pusilánime, se habría alzado a defender “su revolución”. No pasó, ni hubo un baño de sangre, porque nacionales y extranjeros habíamos aprendido que la revolución y el cambio profundo no se hacen a gritos ni con eslóganes perimidos sino con trabajo serio a lo largo de un tiempo extenso.

Los Mil Días de Salvador Allende –tan admirable hombre como incompetente conductor- me enseñaron lo que no se puede hacer. Y que si por pedantes esquemas mentales uno insiste en hacerlo, será a costa del sufrimiento de los otros, de aquellos a quien uno dijo que iba a ayudar.

Entonces, ¿quedamos sujetos, como los gobiernos del Frente Amplio, a seguir cuatro de las cinco recomendaciones que hizo el Banco Mundial en 1974?

Veamos. Las recomendaciones eran: crezca aprovechando sus ventajas naturales, aumente mucho el gasto en salud y educación, elimine la indigencia y reduzca mucho la pobreza mediante subsidios monetarios y, si es políticamente necesario, distribuya activos productivos marginales.[4] La quinta era reduzca el crecimiento demográfico que no era aplicable al Uruguay ni siquiera en 1974 cuando se publicó el libro - en 1974, reitero!

Eso es exactamente lo que se ha hecho en estos casi diez años, porque los que no se dan cuenta que la justicia distributiva sólo puede venir del empleo productivo no tienen otra que seguir esas recomendaciones. Pero ellas no funcionan porque un país donde 95 por ciento de la gente vive en áreas urbanas no puede ofrecer empleos decentes a toda su gente si la producción altamente productiva de bienes transables es sólo agropecuaria.

No funcionan porque querer crecer y distribuir, sin tomar seriamente en cuenta la generación de empleos productivos y bien remunerados, no tiene futuro.

Y en un país pequeño como el nuestro el éxito exige crecer exportando trabajo de su gente junto, por supuesto, con lo que surge de la feracidad de sus tierras. Y ello sólo es posible si se produce un cambio radical en la política de inserción internacional, de inversión y de gasto público junto con la monetaria y fiscal.[5]

Prueba de que cojea  la receta bancomundialista “à la FA” es la situación del mercado de trabajo uruguayo en su mejor año, 2011.[6] Los daros provienen de una retabulación de los datos agregados por el INE para 2011, de la Encuesta Nacional de Hogares Ampliada.[7]

Número
Porcentaje
Ingreso promedio
Ingreso mediano
Asalariado público
236954
15,4
21341
18409
Asal priv emp gdes
348177
22,6
20236
15449
Miembro coop
2647
0,2
16920
13348
Asal priv emp medias
209277
13,6
15257
12450
CP con inversión
309179
20,1
12049
8000
Asal priv emp peq
383020
24,9
9172
8000
Prog soc de empleo
1999
0,1
5382
5240
CP sin local
46347
3,0
3843
2800
Empleo total
1537600
100,0
Desempleo
98000
Fuerza laboral
1635600

 

Como se ve en este cuadro, de poco más de un millón seiscientos mil personas activas[8], casi 800 mil están en una situación razonablemente buena –no son “diezmilpesistas”- que sin duda se asocia a estar sindicalizados y cubiertos por los acuerdos que se alcanzan en los Consejos de Salarios; de ellos, casi un tercio son los empleados públicos que en promedio ganan más que los asalariados de las grandes empresas. Pero atendamos a que los tres grupos de más alto ingreso –en el sentido de que su mediana está claramente arriba de los 10 mil pesos- son los empleados públicos o cooperativistas y los asalariados de las empresas mayores: casi 40 por ciento del total. La mitad de los asalariados privados de empresas medianas superan por muy poco la barrera de los 10 mil pesos.

Pero quedan fuera de protección, olvidados por los CC.SS., por el Ministerio de Trabajo, por todo el gobierno que ni los menciona y, en esencia, hasta por la oposición, los otros casi 840 mil que incluyen a los asalariados de empresas pequeñas, los ocupados por cuenta propia con o sin local, los beneficiarios de los programas sociales de empleo y los desempleados.

Esto, estimado lector, no es lo que yo llamo un mercado de trabajo deseable, y especialmente dado que se llega a él después de los mejores diez años de situación económica externa de que este economista setentón tenga memoria.

Ese mercado de trabajo indeseable es lo que produce los resultados desastrosos que reveló el Censo de 2011 en materia de insatisfacción de necesidades básicas.

El Gobierno puede jactarse de haber casi eliminado la indigencia y reducido mucho la pobreza pero solo si se las mide por el ingreso de la semana de referencia de la encuesta, ingreso que incluye las dádivas del Mides.

Pero esas dádivas no cambian que a esa familia “ya no pobre” se le llueve el techo, tiene “luhelétrica” sólo colgándose de la red, no tiene saneamiento y muy probablemente accede a agua corriente solo yendo con baldes a la única canilla del asentamiento. Ni hablar de seguridad, salud y educación.




[1] Me fue tan bien en el curso que a mediados del 71 estaba de vuelta en Chile, empleado por la Organización Internacional del Trabajo en el área del empleo y, más importante, de los ingresos que el trabajo procuraba. Ahí empecé a aprender  lo que aquí señalo.
[2] Aún no se había incorporado en América Latina el término neoliberal pero en ese entonces,  decir neoclásico era ese mismo insulto.
[3] El período pinochetista había sido de gran concentración y se reía posible revertir eso en poco tiempo.
[4] IBRD & IDS Sussex, Redistribution with growth, 1974, Oxford University Press.
[5] J. Mezzera, “Crecer exportando trabajo uruguayo”, Voces 398, 15 de agosto de 2013
[6] Como sabemos, ya en 2012 comenzaron a notarse los efectos de una reducción en los precios de las exportaciones primarias.
[7] Ésta es una de las dos o tres mejores encuestas de hogares de las Américas.
[8] Llamamos “activos” a quienes tienen trabajo o lo están buscando activamente.