lunes, 20 de febrero de 2012

El Libro de la Concentración Frentista

La Paradoja Mayor
Cuando se escriba el Gran Libro de la Concentración del Ingreso en el Uruguay, el capítulo central –por lo paradojal y descabellado- deberá ser el enriquecimiento de los ricos durante el Gobierno del Frente Amplio.
El país creció cerca de 40 por ciento desde la crisis de 2002, y 22 por ciento desde 2004. Era la oportunidad para que un Gobierno progresista hiciera lo que tantos queremos: eliminar la indigencia y reducir la pobreza a su mínima expresión junto con sentar, vía inserción internacional e inversión productiva, sanitaria y educacional, las bases para la consolidación definitiva de un crecimiento con modernización y justicia social.
En lugar de eso, paró de caer la pobreza, los salarios siguen siendo bajísimos, están en niveles críticos la salud y la educación y en quiebra la seguridad social, mientras los signos exteriores de riqueza de los que ya eran ricos crecen explosivamente en forma de vehículos 4x4, yates, viviendas espectaculares, loteos privados y viajes lujosos.
Todo empezó por el crecimiento de los precios de los “commodities” agropecuarios que son los mismos del siglo XIX –carne, lana, cueros- más algunos nuevos pero de las mismas características: soya, arroz, trigo y otros granos. Con eso, el turismo y la celulosa que tanto combatieron hasta el 2004, la cuenta corriente con el exterior se equilibra con un tipo de cambio real que sólo permite producir esos “commodities” basados en la feracidad de los campos y en una demanda externa sin parangón conocido.
Así mueren aquellas industrias que no son bendecidas por esos factores, a lo cual se agrega la hostilidad que surge desde el Ministerio de Trabajo y el PIT-CNT, socios en esta tarea destructiva. Las textiles son el ejemplo más decidor y más triste.
En consecuencia, nuestra industria ya no genera los empleos de calidad –altamente productivos, bien remunerados, estables, con seguridad social- que suelen ser propios de los establecimientos industriales avanzados que hoy florecen, por ejemplo, en China, India o Vietnam en el Oriente y en Chile, Finlandia, Irlanda o Nueva Zelanda en el “mundo occidental”. En el Uruguay, hace 20 años la industria era más de la cuarta parte del PBI, y hoy es apenas el 18 por ciento, mostrando una evolución semejante la ponderación del empleo sectorial. Por eso ya en 2007, se agotó el proceso “fácil” de reducción de la pobreza e indigencia a que nos llevó el anterior experimento de atraso cambiario.
El crecimiento basado en el alza de los precios de los “commodities” agropecuarios beneficia a los dueños de las tierras donde se producen los mismos, es decir a los terratenientes que ya eran ricos y hoy lo son mucho más. No es culpa de ellos, que hacen un negocio lícito dentro de las reglas del juego que plantean los gobernantes, sino de éstos, que no entienden cómo manejar este diluvio de riquezas.
Y como lo que llaman el tipo de cambio de equilibrio de largo plazo no permite crear sino empleos públicos o los “de boliche”, que pueden generarse en servicios orientados a la demanda de los 3.3 millones de uruguayos, se van nuestros jóvenes a ganar el triple en España, o en EE.UU., o incluso en nuestros hermanos del Mercosur.
            Nuestro salario mínimo es poco más de la mitad del de Brasil, y lo triplican el de España o EE.UU., destinos preferidos de los emigrantes de hoy; un brasileño chofer de taxi se queda con la mitad de lo que cobra, y más en EE.UU. y Europa, contra 20 por ciento en Montevideo; y, para ni hablar de los países desarrollados, un médico paulista de alto nivel cobra normalmente unos 300 dólares la consulta privada con un especialista establecido, que aquí se paga como mucho el equivalente de 100.
Por eso se van nuestros jóvenes.
Mientras tanto, esta política económica hace que ganen aquellos que tenían tierras buenas donde ellos, u otros que se las compraron, crían animales o cultivan granos y eucaliptos para la planta de celulosa.
El Gobierno dice que su política fiscal –de gasto- es distributiva. Pero la parte de recaudación descansa en el IRPF que grava más a los que más y mejor trabajan, mientras reduce el gravamen a los ricos porque el IRAE tiene una tasa más baja que el antiguo IRIC, y hasta propuso eliminar el Impuesto al Patrimonio. Así, la llamada “política distributiva” del Gobierno intenta redistribuir entre trabajadores mientras trata de “ricachos” a los asalariados y jubilados que ganan 30 mil pesos. En materia de gasto, esa “política distributiva” da pequeñas dádivas a los pobres y muy pobres en forma del PANES y sus sucesores en el MIDES..
Pero su política económica hace que ganan millones los terratenientes
Por eso este Gobierno es concentrador: no hay IRPF ni PANES que compensen la brutal concentración de riqueza que ha significado el patrón de crecimiento que eligieron como rspuesta a las tendencias del comercio y las finanzas internacionales.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Caumont y Mezzera, un solo corazón

La evidencia condena al Mercosur
Jorge Caumont
En 1991 se firmó el Tratado de Asunción por el que se creó el Mercosur. Han pasado más de 20 años y el saldo, como desde entonces muchos alertamos, no ha sido muy favorable para los intereses de los países menores. Paraguay y Uruguay fueron los invitados de último momento, por compromiso, y los que han sufrido más en sus corrientes comerciales por la desviación de comercio que implica el pertenecer al grupo. Una evaluación de los resultados, por más simple que sea, permite llegar a esa conclusión y tomar otros rumbos para que la política comercial sea otro fundamento de un crecimiento económico sostenido. El comercio exterior es fundamental para un país pequeño y de baja población que incluso, según se supo, tiende a declinar.

LOS DATOS. Desde 1991, año en el que los gobiernos de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay decidieran crear el organismo de integración comercial, hasta la fecha, las exportaciones de Uruguay a Argentina se multiplicaron por 3,3 en términos nominales mientras que las importaciones lo hicieron por 6,9. El déficit comercial con Argentina se multiplicó por 14.

En el caso del comercio con Brasil, desde la fundación del Mercosur, nuestras exportaciones se multiplicaron por 4,2 y las importaciones provenientes desde el socio mayor por 5,7. De un equilibrio comercial en 1991 se pasó a un déficit que en 2011 se ubicaría en no menos de 800 millones de dólares.

En ambos casos, nuestros dos socios más importantes han resultado más favorecidos que nuestro país. Ese resultado favorable es incluso más relevante cuando se consideran los montos sobre los que se calcula la multiplicación, siendo impresionante en el caso de Argentina.

            POCO PROGRESO. Es indudable el escaso progreso que nuestro país ha tenido por pertenecer al grupo en relación con el que ha tenido cada uno de los socios comentados. Basta señalar que en los 20 años de vigencia, las exportaciones a países de fuera de la región se multiplicaron por 7,8 y pasaron a representar del 45% del total al 72% hoy. No obstante, la consigna ha sido desde hace ya un tiempo considerable, el bregar infructuosamente, por un "más y mejor Mercosur" en detrimento de un comercio externo relativamente más abierto al mundo. Nuestro país se ha visto inhibido en numerosos casos de acceder a destinos para nuestras exportaciones de manera más abierta. No se ha podido ingresar en acuerdos comerciales con países hoy discriminados por el denominado arancel externo común, desarrollados o no, que implícitamente concede un margen arancelario preferencial a Argentina y a Brasil.

Ese margen preferencial es el que genera la denominada desviación de comercio. En la medida en que importar el mismo producto desde los países de la zona y hacerlo desde terceros países cuesta más en el segundo caso por tener los importadores que pagar un arancel más alto, le brinda a nuestros socios una ventaja competitiva no menor al 20% sobre el precio CIF del producto importado y mucho más sobre el valor agregado en el producto.

En consecuencia, ello genera dos efectos no deseados que en 20 años han provocado un esfuerzo de todos los uruguayos significativamente alto. En primer lugar, los uruguayos importamos ineficiencia al pagar más por lo que se podría comprar en el exterior a un precio menor. El margen de preferencia es lo que implícitamente estimula esa compra de ineficiencia en productos de la región. En segundo lugar, y también un efecto considerable en los 20 años transcurridos, es la pérdida de recaudación que tiene la Aduana uruguaya al desviarse el comercio importador desde el resto del mundo a un comercio importador de la zona. Por las importaciones desde Argentina y desde Brasil, la institución aduanera no cobra aranceles mientras que si no hubiese desviación de comercio por el margen de preferencia, las importaciones desde el resto del mundo tributarían el arancel o, al menos, parte del mismo.

HOY ES PEOR. El margen de preferencia hoy no es suficiente para Argentina y para Brasil. El optimismo de las autoridades uruguayas tras cada reunión en el Mercosur de los primeros mandatarios de la región por promesas de cambio de los gobiernos vecinos, se ve siempre y de inmediato a esas reuniones, defraudado por la realidad. Argentina impone barreras no arancelarias al comercio importador tanto de países no pertenecientes al grupo como de países que integran el grupo. Y con el Gobierno brasileño ocurre lo mismo. Aunque no deberían, estos países imponen barreras no arancelarias a las exportaciones de Uruguay con efectos equivalentes a altos aranceles. Es conocido el caso del presente, de la presión que ejerce la Argentina sobre importadores del vecino país de productos uruguayos dilatando licencias de importación, exigiendo un intercambio compensado o con barreras por el estilo. En el caso de Brasil, las barreras son también conocidas y hasta sofisticadas cuando se acude, por ejemplo, a cuestionar las ventas uruguayas a ese país por el origen de la materia prima, casi siempre bien evaluado y declarado por el organismo pertinente uruguayo.

Por si fuera poco, se apunta a una protección adicional para ciertas producciones al reclamarse, siempre por parte de los países mayores, aumentar el margen de preferencia, el arancel externo común, sobre un centenar de productos.

OPTIMISMO INFUNDADO. En la última reunión del Mercosur celebrada en Montevideo, en ocasión de la cual el Gobierno uruguayo entregara la presidencia transitoria del organismo a la Argentina, la Presidenta brasileña apoyó la solicitud uruguaya de evitar las restricciones no arancelarias y además, fuera de actas, incitó a que se concedieran los pedidos de nuestro Gobierno. El optimismo desbordó a la delegación compatriota que, tan solo un par de días después, vio como se sofisticaba la protección no arancelaria del país mayor.

En 20 años del Tratado poco se ha intentado en materia de política comercial externa y se han tolerado muchos desplantes y violaciones por parte de nuestros socios mayores. Se mantiene una alta barrera arancelaria sobre importaciones de terceros países y se intenta aumentarla; se impide el beneficio que nos traerían acuerdos de libre comercio con países desarrollados; siguiendo a los socios mayores se acuerda con países con los cuales es difícil que nuestro comercio exportador progrese o simplemente por razones políticas se desea incluir a otros con los cuales es aún más difícil lograr la no alcanzada aún, armonización de políticas macroeconómicas, y se sigue temiendo que por salirnos del Mercosur perderemos buena parte de nuestros exportaciones de mercaderías, no de servicios, en amenazada franca expansión.

Ante la multiplicación de obstáculos que se imponen a nuestras exportaciones a la zona, tal vez sea el momento de intentar una apertura mayor que, en el mediano plazo, daría frutos más sabrosos que el mantenernos en la sociedad comercial actual.

Y por los mismos días, yo escribÍ:
Lindo mercosur… pa´dirse

Todos los que alguna vez miramos el tema de comercio exterior sabemos que no hay nada peor que atarse a un mercado, por rentable que parezca en el corto plazo.
Lo que nos ocurre en el Mercosur debe ser el mejor ejemplo, si bien en una discusión internacional nos dirían que más zonzo que atarse a un mercado es atarse a un mercado manejado con desvergüenza.
El gobierno de la Argentina nos agrede cuanto puede, por sí mismo o usando a algún Sarkozy, ante lo cual, del gobierno de Brasil podemos esperar… la más perfecta indiferencia. Separo los gobiernos de la gente de ambos países. Y separo también la realidad de lo que los voceros del Gobierno le cuentan a la gente: la declaración del gobierno brasileño sobre la sarkoziada fue que “Dilma Rousseff transmitió al presidente Mujica la inconformidad de Brasil con declaraciones de ciertos dirigentes que puedan dar margen en el tratamiento del tema tributario a estigmatización indebida de países".
Cuando Mujica dijo que “tenemos que andar en el estribo de Brasil”, se confesó impotente y por eso nos tratan con desprecio, reflejado en el mote de “enano llorón”.
Esta maldad lo dice todo:

Por eso hay que irse del Mercosur.
Es cierto que habrá quienes pierdan exportaciones de ésas que dependen de la buena voluntad de si te aplican un impuestazo súbito o si te lo quitan si peregrinas a Itamaraty a llorar bien fuerte. Y no hay forma de que cese el castigo si la agresión es argentina, como pasó con Motociclo, con los puentes, con el “corralito”, con el entierro del dragado del canal de Martín García, con los verticalazos de Moreno de “no compren importado”, con las limitaciones a las compras de dólares… “Hasta cuándo, Catilina?”
El Uruguay no puede seguir funcionando con la lógica de los que sólo saben exportar si les dan ventajitas y entonces viven pendientes de si se las quitan o no.
Necesitamos desarrollar –con apoyo estatal inteligente como por cierto hizo el Brasil hace algunos años- empresas capaces de lograr ganancias de productividad que las hagan competitivas en cualquier parte del mundo, y así crear empleos bien pagados.
Pero tienen que ser empresas con dignidad y respeto por sí mismas, por su país y por su gente, no mendicantes que quieran andar en el estribo de alguien sino que salgan a enfrentar al mercado mundial, ajustando internamente lo que hay que ajustar, que es lo que estos dos gobiernos han terminado de desajustar.




Krugman sobre Keynes, macroeconomía mundial

Éste es uno de los documentos ajenos, que irán con nombre de autor para que sea fácil distinguirlos de los míos. Algunos van a estar en inglés. Alguien tuvo la gentileza de traducir éste.

Keynes tenía razón, una vez más.
Paul Krugman en el New York Times
"La expansión, no la recesión, es el momento idóneo para la austeridad fiscal". Eso declaraba John Maynard Keynes en 1937, cuando Franklin Delano Roosevelt estaba a punto de darle la razón, al intentar equilibrar el presupuesto demasiado pronto y sumir la economía estadounidense -que había ido recuperándose a ritmo constante hasta ese momento- en una profunda recesión. Recortar el gasto público cuando la economía está deprimida deprime la economía todavía más; la austeridad debe esperar hasta que se haya puesto en marcha una fuerte recuperación.

Por desgracia, a finales de 2010 y principios de 2011, los políticos y legisladores en gran parte del mundo occidental creían que eran más listos, que debíamos centrarnos en los déficits, no en los puestos de trabajo, a pesar de que nuestras economías apenas habían empezado a recuperarse de la recesión que siguió a la crisis financiera. Y por actuar de acuerdo con esa creencia antikeynesiana, acabaron dándole la razón a Keynes una vez más.

Lógicamente, al reivindicar la economía keynesiana choco con la opinión general. En Washington, en concreto, la mayoría considera que el fracaso del paquete de estímulos del presidente Barack Obama para impulsar el empleo ha demostrado que el gasto público no puede crear puestos de trabajo. Pero aquellos de nosotros que hicimos cálculos, nos percatamos, ya desde el primer momento, de que la Ley de Recuperación y Reinversión de 2009 (más de un tercio de la cual, por cierto, adquirió la relativamente ineficaz forma de recortes de impuestos) se quedaba demasiado corta teniendo en cuenta la gravedad de la recesión. Y también predijimos la violenta reacción política a la que dio lugar.

De modo que la verdadera prueba para la economía keynesiana no ha provenido de los tibios esfuerzos del Gobierno federal estadounidense para estimular la economía, que se vieron en buen parte contrarrestados por los recortes a escala estatal y local. En lugar de eso, ha venido de naciones europeas como Grecia e Irlanda que se han visto obligadas a imponer una austeridad fiscal atroz como condición para recibir préstamos de emergencia, y han sufrido recesiones económicas equiparables a la Depresión, con un descenso del PIB real en ambos países de más del 10%.

Según la ideología que domina gran parte de nuestra retórica política, esto no debía pasar. En marzo de 2011, el personal republicano del Comité Económico Conjunto del Congreso publicó un informe titulado "Gasta menos, debe menos, desarrolla la economía". Se burlaban de las preocupaciones de que un recorte del gasto en tiempos de una recesión empeoraría la recesión, y sostenían que los recortes del gasto mejorarían la confianza del consumidor y de las empresas, y que ello podría perfectamente inducir un crecimiento más rápido, en vez de ralentizarlo.

Deberían haber sido más listos, incluso en aquel entonces: los supuestos ejemplos históricos de "austeridad expansionista" que empleaban para justificar su razonamiento ya habían sido rigurosamente desacreditados. Y también estaba el vergonzoso hecho de que mucha gente de la derecha ya había declarado prematuramente, a mediados de 2010, que la de Irlanda era una historia de éxito que demostraba las virtudes de los recortes del gasto, solo para ver cómo se agravaba la recesión irlandesa y se evaporaba cualquier confianza que los inversores pudieran haber sentido.

Por cierto que, aunque parezca mentira, en el año 2011 ha vuelto a suceder lo mismo. Muchos proclamaron que Irlanda había superado el bache, y demostrado que la austeridad funciona (y luego llegaron las cifras, y eran tan deprimentes como antes).

Pero la insistencia en recortar inmediatamente el gasto siguió dominando el panorama político, con efectos malignos para la economía estadounidense. Es verdad que no hubo ninguna medida de austeridad nueva digna de mención a escala federal, pero sí hubo mucha austeridad "pasiva" a medida que el estímulo del presidente Obama fue perdiendo fuerza y los Gobiernos estatales y locales con problemas de liquidez siguieron con los recortes.

Claro que se podría argumentar que Grecia e Irlanda no tenían elección en cuanto a imponer la austeridad o, en cualquier caso, ninguna opción aparte de suspender los pagos de su deuda y abandonar el euro. Pero otra lección que nos ha enseñado lo ocurrido en 2011 es que Estados Unidos tenía y sigue teniendo elección; puede que Washington esté obsesionado con el déficit, pero los mercados financieros están, en todo caso, indicándonos que deberíamos endeudarnos más.

Una vez más, se suponía que esto no debía pasar. Iniciamos 2011 con advertencias funestas sobre una crisis de la deuda al estilo griego que se produciría en cuanto la Reserva Federal dejara de comprar bonos, o las agencias de calificación pusieran fin a nuestra categoría de Triple A, o el súper fabuloso comité no consiguiera alcanzar un acuerdo, o algo.

Pero la Reserva Federal finalizó su programa de adquisición de bonos en junio; Standard & Poor`s rebajó la calificación de Estados Unidos en agosto; el súper comité alcanzó un punto muerto en noviembre; y los costos de los préstamos de Estados Unidos no han parado de disminuir. De hecho, a estas alturas, los bonos estadounidenses protegidos de la inflación pagan un interés negativo. Los inversores están dispuestos a pagar a Estados Unidos para que les guarde su dinero.

La conclusión es que 2011 ha sido un año en el que nuestra élite política se obsesionó con los déficits a corto plazo que de hecho no son un problema y, de paso, empeoró el verdadero problema: una economía deprimida y un desempleo masivo.

La buena noticia, por decirlo así, es que el presidente Barack Obama por fin ha vuelto a luchar contra la austeridad prematura, y parece estar ganando la batalla política. Y es posible que uno de estos años acabemos siguiendo el consejo de Keynes, que sigue siendo tan válido hoy como lo era hace 75 años.

THE NEW YORK TIMES