domingo, 26 de agosto de 2012

El mercado de trabajo

Del mercado de trabajo se dice que la tasa de desempleo abierto es baja y que hay gente que gana poco. Hay millares de excluidos de los beneficios del crecimiento, pero ello casi nunca se vincula al mercado laboral.
Primero,  basarse en el mercado de trabajo es crucial en una estrategia socio económica para mejorar la distribución del ingreso y terminar con la segregación social.
Segundo, poco desempleo y bajo ingreso a menudo van juntos: si en una familia nadie gana ni cerca de lo necesario para que la familia sobreviva, entonces todos tienen que trabajar en lo que puedan, aun por pesitos, para ayudar a “parar la olla”. Es la historia de décadas de migración desde zonas rurales donde todos trabajan ganando muy poco, hacia ciudades donde se gana tanto más cuando uno tiene empleo que se puede salir bien parado aunque se sufran períodos de desempleo.[1] En otras palabras, es la proliferación de los “diezmilpesistas” y malabaristas de esquina lo que explica en gran medida la baja tasa de desempleo abierto.
Tercero y mucho más importante, exportar bienes primarios sin procesar o con mínimo procesamiento, genera enormes ganancias para los dueños de la tierra que ha quintuplicado su valor y el monto de sus arrendamiento, tanto como para quienes explotan tierras arrendadas. También provee empleos mejores que nunca para ingenieros agrónomos, veterinarios y otros técnicos asociados a la modernización. Es muy probable que otros trabajadores agropecuarios se hayan beneficiado también.
Todo ello quizá llega a ser algo así como un 10 por ciento de la población, porque ésta es urbana en casi 95 por ciento.
En las áreas urbanas donde viven y trabajan casi todos los uruguayos, ha habido notables beneficios para los que proveen las maquinarias e insumos para la modernización, y empleo para un grupo de empresas y gente del área de servicios asociados a la creciente exportación agropecuaria: actividades de logística, financiamiento, comercio exterior, etc.
Como la inmensa mayoría de lo que se exporta –la excepción es la celulosa- sale con nulo o casi nulo procesamiento industrial, la gran mayoría de los trabajadores del sector urbano privado -que en países con otros modelos de crecimiento son ejecutores y beneficiarios de los procesos de modernización e inserción internacional exitosa- aquí sólo consiguen trabajar en actividades de pequeño comercio y pequeños servicios que les procuran muy bajos ingresos y entonces explican, como dije arriba, tanto el estancamiento socioeconómico urbano como la brecha creciente entre los que encuentran espacio en el modelo y los que no lo logran.
Este modelo de crecimiento exportador primario es lo que han hecho todos los gobiernos uruguayos de hace muchas décadas, huérfanos de cientistas sociales que entiendan que insistir en exportar lo que sale de la tierra es lo que nos convierte en “el país del futuro”… hace un siglo. Ignorar las consecuencias del tipo de esquema económico sobre el mercado laboral y, a través de éste, sobre la distribución del ingreso y el bienestar, explica por qué hemos pasado de ser la excepción en un continente injusto a donde estamos hoy.
Todos sabemos que un país chico necesita exportar. No pensar en el mercado laboral impide darse cuenta que se trata de exportar trabajo uruguayo.
Para ello hay que decidirse de una vez a exportar a quien quiera comprarnos –aun si no les gusta a los “socios”(?) del Mercosur. Hay que invertir en la infraestructura exportadora: generar electricidad barata, profundizar los puertos y sus accesos, resolver cómo transportar a ellos bienes exportables, tener una banda ancha que sea “ancha” de verdad, reducir los costos de nuestros salarios en términos de dólares. Todo eso se puede iniciar si de verdad toda la inversión pública se financia con ahorros privados.[2] Como ello reduciría el gasto público en varios puntos de por ciento del PBI y transferiría millares de empleos al sector privado y ello, eventualmente, haría que en la cúpula del PIT-CNT volviera a haber gente que sabe que de “la piolita” se puede tirar hasta un límite más allá del cual se pierden empleos. Sin duda, se desvanecería el fantasma inflacionario -siempre que no se insista en otorgar alzas salariales insostenibles.- y se reduciría el tamaño de la devaluación necesaria para reconstruir la competitividad perdida. Y, como se hizo en Brasil entre 1999 y 2002, hará falta una unidad no burocratizada de promoción de exportaciones que empiece por mostrar a los potenciales exportadores qué se quiere comprar en los países Tal y Cual, continúe por ayudarlos a adaptar su producción a los patrones demandados, los apoye con crédito y termine por crear una “marca país” válida para promocionar industria y servicios.
Lo demás se nos daría por añadidura.


[1] Hace más de 40 años que la aparente contradicción de emigrar hacia lugares con más desempleo fue explicada por el llamado “modelo de Harris-Todaro” en las ediciones de 1969 y 1970 de la American Economic Review.
[2] Será necesario re generar la confianza que Mujica creó en el Conrad.

Recursos productivos y distribución del ingreso y la riqueza

            Se sabe desde el siglo XIX que no es posible alterar en medida importante y permanente la distribución del ingreso a menos que cambie la distribución de los activos productivos. Los izquierdistas antiguos creían en la reforma agraria y muchos apuntaban también a los demás activos productivos: en el Chile de Allende se nacionalizaron las empresas del cobre, buena parte de las tierras y muchas empresas industriales y comerciales urbanas.
Como los beneficiarios de las nacionalizaciones y expropiaciones se revelaron sumamente ineficientes y, además, la reacción de los dueños originales de aquellos activos fue entre muy fuerte y salvaje, la izquierda ya no habla de expropiar sino que repite la receta de 1974 del Banco Mundial: salud, educación, impuesto a la renta, gasto social y empresas recuperadas.
Pero hace décadas que se sabe que así no se distribuye la renta, y menos la riqueza, porque los capitales emigran si se los grava pesadamente: los capitales son móviles mientras el trabajo es relativamente mucho más fijo. Por eso las tasas del IRPF que gravan el trabajo son más altas que las del IRAE que gravan la producción empresarial.
Para cambiar en el largo plazo y definitivamente la distribución del ingreso y la riqueza hay que cambiar el recurso productivo en que se basa el crecimiento económico, porque no es viable cambiar la propiedad del mismo.
Mientras sigamos exportando lo que sale de la tierra y los animales que crecen comiendo lo que sale de la tierra, seguiremos enriqueciendo a los dueños de la tierra.
Si sube el precio de la soja o el trigo o la carne, o si las nuevas tecnologías permiten aumentar el rendimiento de cada hectárea de tierra, los dueños de la tierra ganan ingreso porque venden más y más caro, pero además se enriquecen porque sube el precio de la tierra.
Tenemos que especializarnos en exportar capacidad de trabajo de los uruguayos y así aprovechar que, a pesar de la estrategia gramsciana con que hace décadas se pudre la cabeza de los jóvenes, todavía tenemos niveles de capacitación laboral que superan los de casi todo el resto de este continente.
De ello se sigue que no es verdad que “los empresarios no encuentran mano de obra” para crecer. La encuentran, la preparan y la emplean cuando ven el negocio, como acaba de demostrar el sector agropecuario, cuyo salto tecnológico no tiene parangón en la historia económica del Uruguay.[1] El campo saltó de ser lo atrasado a liderar el crecimiento de la productividad porque un núcleo de empresarios –muchos de ellos extranjeros- vieron el negocio y hoy el símbolo del campo no es el peón que arreaba vacas a caballo con un lazo y un perro sino un empleado que, guiado por GPS, siembra la combinación exacta de semilla y químicos, manejando una máquina que cuesta más de medio millón de dólares.
Los empresarios agropecuarios le tuvieron que pedir al Gobierno que les calificara la mano de obra? No! lo hicieron como se ha hecho siempre en todo el mundo: le dijeron al vendedor de la máquina “te la compro pero tenés que enseñarle a mi gente cómo usarla”. Y a esa gente preparada le pagan mucho mejor que antes, sea o no el empleado que opera un GPS la misma persona humana que antes era peón de a caballo.
Del mismo modo, la hotelería moderna no tuvo que pedirle a nadie que le formara el personal sino que vio el negocio y formó a su gente por sí misma a partir de conocimientos que los chicos traían de la Secundaria.
Claro que si se sigue tratando de reducir la enseñanza del inglés y la computación y un dirigente de Secundaria quiere salirse de las PISA para compararnos con Bolivia y Venezuela, se nos va a acabar la ventaja que tenemos.
Pero si podemos empezar a exportar trabajo y conocimientos de la gente antes que se destruya lo que queda de la calidad educativa uruguaya, estaremos dejando de exportar gente, como en las decenas de miles de jóvenes que han emigrado, y pasaremos a crecer exportando capacidad humana incorporada a bienes y servicios, de modo que esa capacidad será el recurso exportable principal.
Así sí se cambia la distribución, no sólo del ingreso sino de la riqueza.
La capacidad de la gente es, además,  un recurso renovable, que puede crecer y perfeccionarse sin límites, por lo que no es pasible de oligopolización como sí es la tierra.
Claro que para tal cosa ocurra es necesario cambiar drásticamente la política de inserción externa, la monetaria-cambiaria, y la fiscal.
No es viable dejar que los precios de los commodities enriquezcan a los tradicionales dueños de la tierra y después pretender cambiar la distribución del ingreso con el impuesto a la renta y este otro engendro mal parido del impuesto a las grandes extensiones, especialmente cuando 95 por ciento de nuestra gente vive en las ciudades y no tiene empleos medianamente remunerados porque se produce en el campo todo lo que es valioso en este esquema decimonónico al que hemos vuelto.
En consecuencia, cada vez más gente urbana, aunque tenga trabajo, recibe ingresos insuficientes y se va a poblaciones marginales, porque con este esquema de crecimiento basado en la fertilidad de la tierra, faltan miles de empleos privados bien remunerados en las ciudades, donde vive la gente.
Para crear esos miles de empleos privado no hace falta inversión pública sino unas pocas medidas inteligentes,
1.      Olvidarse de las restricciones que nos impone el Mercosur.
2.      Hacer tratados de libre comercio con todos los países que nos acepten, que serán todos, porque como somos pequeños, nuestra producción no daña perceptiblemente a la de los países socios.
3.      Dejar que suba el tipo de cambio real mediante tres mecanismos:
-El primero es cortar drásticamente el gasto público que genera inflación; como será políticamente difícil reducir el empleo público, hay que empezar por realizar toda la inversión pública con fondos privados, usando en serio los PPP que los argumentos ideológicos del siglo XIX mantienen trabados; esa inversión pública orientada a la exportación de bienes y servicios conteniendo trabajo de los uruguayos tendrá que incluir vías férreas, puertos y sus accesos, energía eléctrica barata, banda ancha que sea ancha de verdad, comunicaciones sin trabas y, naturalmente, las inversiones no inmediatamente productivas en materia de educación, salud y seguridad pública. Como eso proveerá a la economía de muchos miles de empleos privados al menos relativamente bien pagados, será la base para comenzar a revertir el desastre ocupacional urbano.
-El segundo es gravar pesadamente la enormidad de dinero extranjero que entra por  motivos especulativos y así hace bajar el tipo de cambio.
-El tercero es dejar de creer que, como en los primeros cursos de macroeconomía de facultad, la inflación se reduce alzando la tasa de interés, que lo que hace es atraer los fondos especulativos recién mencionados.
4.      Junto con dejar que suba el tipo de cambio con esos tres mecanismos, será necesario terminar con una serie de impuestos y otras gabelas que limitan el comercio exterior.
5.      Habrá que ofrecer incentivos no prohibidos por la OMC a las empresas que exporten bienes y servicios que sean muy intensivos en mano de obra de alta calificación.
Ese conjunto de medidas nos convertirá en exportadores de bienes y servicios que usen mano de obra calificada.
Logrado eso, hará falta una batería de otras medidas que exceden en mucho los límites de este trabajo.


[1] Hay docenas de trabajos de Joaquín Secco García y otros que explican cómo pasó todo esto, en un proceso de origen político –los agricultores argentinos se cansaron de los cristinazos- y de contenidos tecnológicos y económicos.