En 1969, sin terminar Ciencias Económicas tuve
el descaro de postular a un curso de posgrado sobre temas económicos en Chile. Estuve
ahí todo el año 70, me apasioné por la candidatura de Allende y de hecho salí a
festejar por las calles el 4 de setiembre cuando ganó –claro, yo era de los que
marchábamos por 18 y al llegar a Yaguarón gritábamos “ahí están/esos son/los
que venden/la Nación!”, al pasar frente al diario El Día.[1]
En Chile, ese 71 fue un año de gloria
izquierdista, con crecimiento, con reforma agraria, con toda clase de programas
que prometían llevar al país a una mejor distribución del ingreso, con
nacionalizaciones de empresas extranjeras –hasta el cobre de los yanquis a
pesar de la Enmienda Hickenlooper!- y estatizaciones de empresas y bancos nacionales,
con impuestos finalistas para la redistribución del ingreso y con gasto, mucho
gasto, para revertir rápidamente la explotación y la miseria.
Ya en el 72 a los que mirábamos las cifras
macroeconómicas nos empezó a entrar la duda porque eran grandes y crecientes la
inflación y los déficit interno y externo. Un querido compatriota inauguró una
revista de la OPP llamada Nueva Economía con un exordio en que explicó que la
revista iba a mostrar que las limitaciones de que hablaban la teoría monetaria
y la fiscal “neoclásicas” eran paparruchas y que la revista se creaba para
demostrarlo.[2]
En el 73 hasta los más recalcitrantes nos
dábamos cuenta que lo que estaba agotado era el modelo distributivista a ultranza que es una traducción al marxismo
decimonónico de aquello que suena a monje medieval, de “haz el bien y no mires
a quién”.
Al menos, Pedro Vuskovic y su equipo económico
tenían claro que si no afectaban el acceso a recursos productivos, distribuir
por la vía del ingreso y el gasto públicos era una utopía. Casi 40 años
después, el Chile de hoy le da la razón: desde que se fue el pinochetismo,
sucesivos gobiernos han hecho todo lo imaginable y más, para distribuir por la
vía de cobrar impuestos y usarlos para beneficiar a los pobres. La distribución
del ingreso en Chile no ha variado un ápice desde que se fue Pinochet hasta
hoy, por mucho que les pese a los democristianos y a los socialistas e incluso
a la derecha que va saliendo después de hacer esfuerzos igualmente genuinos y
descaminados por cambiar la distribución del ingreso y el bienestar sin tocar
nada que tenga que ver con el uso de los recursos productivos.[3]
Estoy abogando por volver a la reforma
agraria, las nacionalizaciones y estatizaciones?
De ninguna manera, primero porque resulta que
estaba ahí para ver cómo dejan de producir y se pierden los recursos
productivos cuando falta el que sabía manejarlos. Y segundo porque en setiembre
de 1973 los dueños primitivos de los recursos tuvieron su revancha tan efectiva
como salvaje. Y sí, hubo intervención yanqui en apoyo de la reacción de parte
de los antiguos dueños del poder y la riqueza. Pero a mediados del ´73 todos,
dentro y fuera de la Unidad Popular, habíamos aprendido dos cosas: que los
límites existen, y que la redistribución vía estatizaciones es inútil si no hay
un cambio productivo viable hacia una economía con muchísimos más empleos de
alta calidad.
Si no fuera porque eso lo sabían hasta los minifundistas
y los que administraban un kiosquito, el pueblo chileno, que no es pusilánime,
se habría alzado a defender “su revolución”. No pasó, ni hubo un baño de
sangre, porque nacionales y extranjeros habíamos aprendido que la revolución y
el cambio profundo no se hacen a gritos ni con eslóganes perimidos sino con
trabajo serio a lo largo de un tiempo extenso.
Los Mil Días de Salvador Allende –tan
admirable hombre como incompetente conductor- me enseñaron lo que no se puede hacer. Y que si por pedantes esquemas mentales uno
insiste en hacerlo, será a costa del
sufrimiento de los otros, de aquellos a quien uno dijo que iba a ayudar.
Entonces, ¿quedamos sujetos, como los
gobiernos del Frente Amplio, a seguir cuatro de las cinco recomendaciones que
hizo el Banco Mundial en 1974?
Veamos. Las recomendaciones eran: crezca
aprovechando sus ventajas naturales, aumente mucho el gasto en salud y educación,
elimine la indigencia y reduzca mucho la pobreza mediante subsidios monetarios
y, si es políticamente necesario, distribuya activos productivos marginales.[4]
La quinta era reduzca el crecimiento demográfico que no era aplicable al Uruguay
ni siquiera en 1974 cuando se publicó el libro - en 1974, reitero!
Eso es exactamente lo que se ha hecho en estos
casi diez años, porque los que no se dan cuenta que la justicia distributiva sólo puede venir del empleo productivo no
tienen otra que seguir esas recomendaciones. Pero ellas no funcionan porque un
país donde 95 por ciento de la gente vive en áreas urbanas no puede ofrecer
empleos decentes a toda su gente si la producción altamente productiva de
bienes transables es sólo agropecuaria.
No funcionan porque querer crecer y
distribuir, sin tomar seriamente en cuenta la generación de empleos productivos
y bien remunerados, no tiene futuro.
Y en un país pequeño como el nuestro el éxito
exige crecer exportando trabajo de su gente junto, por supuesto, con lo que
surge de la feracidad de sus tierras. Y ello sólo es posible si se produce un
cambio radical en la política de inserción internacional, de inversión y de
gasto público junto con la monetaria y fiscal.[5]
Prueba de que
cojea la receta bancomundialista “à la
FA” es la situación del mercado de trabajo uruguayo en su mejor año, 2011.[6]
Los daros provienen de una retabulación de los datos agregados por el INE para
2011, de la Encuesta Nacional de Hogares Ampliada.[7]
Número
|
Porcentaje
|
Ingreso promedio
|
Ingreso mediano
|
|
Asalariado público
|
236954
|
15,4
|
21341
|
18409
|
Asal priv emp gdes
|
348177
|
22,6
|
20236
|
15449
|
Miembro coop
|
2647
|
0,2
|
16920
|
13348
|
Asal priv emp medias
|
209277
|
13,6
|
15257
|
12450
|
CP con inversión
|
309179
|
20,1
|
12049
|
8000
|
Asal priv emp peq
|
383020
|
24,9
|
9172
|
8000
|
Prog soc de empleo
|
1999
|
0,1
|
5382
|
5240
|
CP sin local
|
46347
|
3,0
|
3843
|
2800
|
Empleo total
|
1537600
|
100,0
|
||
Desempleo
|
98000
|
|||
Fuerza laboral
|
1635600
|
Como se ve en este cuadro, de poco más de un
millón seiscientos mil personas activas[8],
casi 800 mil están en una situación razonablemente buena –no son
“diezmilpesistas”- que sin duda se asocia a estar sindicalizados y cubiertos
por los acuerdos que se alcanzan en los Consejos de Salarios; de ellos, casi un
tercio son los empleados públicos que en promedio ganan más que los asalariados
de las grandes empresas. Pero atendamos a que los tres grupos de más alto
ingreso –en el sentido de que su mediana está claramente arriba de los 10 mil
pesos- son los empleados públicos o cooperativistas y los asalariados de las
empresas mayores: casi 40 por ciento del total. La mitad de los asalariados
privados de empresas medianas superan por muy poco la barrera de los 10 mil
pesos.
Pero quedan fuera de protección, olvidados por
los CC.SS., por el Ministerio de Trabajo, por todo el gobierno que ni los menciona
y, en esencia, hasta por la oposición, los otros casi 840 mil que incluyen a los
asalariados de empresas pequeñas, los ocupados por cuenta propia con o sin
local, los beneficiarios de los programas sociales de empleo y los
desempleados.
Esto, estimado lector, no es lo que yo llamo
un mercado de trabajo deseable, y especialmente dado que se llega a él después
de los mejores diez años de situación económica externa de que este economista
setentón tenga memoria.
Ese mercado de trabajo indeseable es lo que
produce los resultados desastrosos que reveló el Censo de 2011 en materia de
insatisfacción de necesidades básicas.
El Gobierno puede jactarse de haber casi
eliminado la indigencia y reducido mucho la pobreza pero solo si se las mide
por el ingreso de la semana de referencia de la encuesta, ingreso que incluye
las dádivas del Mides.
Pero esas dádivas no cambian que a esa familia
“ya no pobre” se le llueve el techo, tiene “luhelétrica” sólo colgándose de la
red, no tiene saneamiento y muy probablemente accede a agua corriente solo
yendo con baldes a la única canilla del asentamiento. Ni hablar de seguridad,
salud y educación.
[1] Me fue tan bien en el curso que a mediados del 71 estaba de vuelta en
Chile, empleado por la Organización Internacional del Trabajo en el área del
empleo y, más importante, de los ingresos que el trabajo procuraba. Ahí empecé
a aprender lo que aquí señalo.
[2] Aún no se había incorporado en América Latina el término neoliberal
pero en ese entonces, decir neoclásico
era ese mismo insulto.
[3] El período pinochetista había sido de gran concentración y se reía
posible revertir eso en poco tiempo.
[4] IBRD & IDS Sussex, Redistribution
with growth, 1974, Oxford University Press.
[5] J. Mezzera, “Crecer exportando trabajo uruguayo”, Voces 398, 15 de
agosto de 2013
[6] Como sabemos, ya en 2012 comenzaron a notarse los efectos de una
reducción en los precios de las exportaciones primarias.
[7] Ésta es una de las dos o tres mejores encuestas de hogares de las
Américas.
[8] Llamamos “activos” a quienes tienen trabajo o lo están buscando
activamente.
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