He escrito antes que el errado o inexistente análisis del
mercado de trabajo es causa de los más graves errores de nuestra política
económica.
En países en desarrollo donde muchos de los empleos son
deficitarios por bajo ingreso, horarios muy extensos, ausencia de cobertura
social, inestabilidad, inexistente cuidado por el físico del trabajador, etc., no
alcanza con que baje la tasa de desempleo sino que hay que pensar en la calidad
del empleo.
Cuando por décadas hay empleos “decentes” y “de los otros”,
la sociedad se disgrega porque todos trabajan pero una parte de la población se
incorpora a la modernización y vive al menos relativamente bien; pero la otra
parte, grande, que a menudo estudió en la misma escuela y vive en un barrio
cercano, por distintas razones no logra incorporarse y es un espectador angustiado
del progreso de sus iguales que lo dejan a la vera del camino.
Los que sólo miran indicadores macro confunden crecimiento
con desarrollo y, como si fuéramos libro de texto antiguo, creen que pronto
vendrán los empleos decentes, de modo que sólo hay que subsidiar a los pobres por
un tiempito hasta que se incorporen, solitos, a la modernización.
Pamplinas.
Los que miramos el mercado de trabajo nos damos cuenta que no
es así, especialmente cuando “el modelo” de crecimiento se basa en exportar lo
que sale de la tierra y por ende beneficia principalmente a los dueños de la misma,
a los que la tomaron en arriendo “antes del boom de precios”, a los que ayudan
a generan las alzas espectaculares de la productividad proveyendo los muchos
insumos en que ella se basa, y a los que proveen el conjunto de servicios de
logística –incluyendo el sector financiero- que permiten concretar en
exportaciones rentables lo que surge de la fertilidad de la tierra.
Naturalmente, este progreso se extiende a muchos de los que trabajan en esas
empresas, a veces rurales pero más frecuentemente parte del ámbito urbano donde
vive el 95 por ciento de los uruguayos.
Casi todos los problemas sociales que nos angustian pueden
rastrearse a la capacidad y posibilidad que distintos grupos han tenido, o no,
para insertarse en un mundo que se moderniza. Los que sí, bien por ellos. Me
preocupan los que no que, según los datos de INE en 2011, todavía eran la
mayoría de todos los trabajadores del país.
Por supuesto, cuando la divergencia dura décadas, se le
agregan otros de idéntico origen: las calles son bocas de lobo cuando la UTE se
cansa de cambiar lamparitas rotas por vándalos impunes, los que no pueden
soportar los costos de la vida urbana se mudan a cantegriles, los mejores
maestros y profesores eligen no ir a enseñar en barrios de “contexto crítico”,
los comercios asaltados una y otra vez se retraen, y por fin no sólo los
taxistas y los omnibuseros sino hasta la Policía se niega a entrar en los
mismos en horas de oscuridad.
La explicación se remonta, a mi juicio, a que hace unos 55
años se popularizó en nuestro país la expresión “la industria es inefishente” que era el cerno de la idea
de gobierno de Benito Nardone. Algo de eso era cierto: buena parte de la
industria uruguaya, intensamente protegida, no resistía ningún test de
eficiencia. Por esos mismos años, del otro lado del mundo había una situación
semejante pero un gobierno inteligente: los gobernantes coreanos dejaron claro
a sus industriales que, o con su ayuda se transformaban en eficientes –y la
condición era exportar rentablemente- o quebraban. Corea del Sur era un país
muy pobre, apenas saliendo de una guerra espantosa; en los ’60 emprendió un
camino exportador industrial y hoy su ingreso per cápita duplica el nuestro.
Aquí, al contrario, se aplicaron políticas económicas que
equivalían a hacer que se corriera una carrera entre un hombre por la arena
seca y otro con el agua hasta los testículos y, cuando éste perdiera, castrarlo
por “inefishente” como se hizo con la industria. En efecto, la fertilidad de
nuestra tierra es tal que ya implicaba que incluso los que hacían ganadería
extensiva y se jactaban de ello, podían exportar con un tipo de cambio que a la
industria la mataba porque ésta no se beneficiaba de aquella fertilidad.
Se forzó así lo que recientemente hizo decir al Ministro Tabaré
Aguerre, que “el concepto de
primarización de la economía es tan anacrónico como conservador”. Como era
Chicotazo hace 55 años y como son hoy los jerarcas de la economía que se dicen
de izquierda.
Entonces, ¿qué sociedad se construyó con un sector
agropecuario en explosión productiva y el resto de la sociedad teniendo que
vivir de aquello? Algunas sociedades que así se construyen son del tipo de la
Venezuela de Chávez donde hay un sector primario exportador inmensamente
productivo que equilibra el balance comercial a baja tasa de cambio, emplea poca
gente y hace llegar mendrugos de bienestar a los demás.
El caso uruguayo es mucho más injusto: la aparición de las
4x4, los uruguayos que viajan a todas partes, los yates, los apartamentos y
casas de lujo se deben a que las ganancias derivadas de la exportación
agropecuaria quedaron en manos de los privados. Pienso en los mismos cuatro
grupos: los dueños de la tierra, los que la arrendaron temprano, las empresas que
posibilitaron la modernización productiva y las que aportaron la logística
exportadora. Incluyendo sus empleados.
Entonces, el mercado de trabajo muestra dos grupos muy
distintos: en 2011 –el mejor año de la historia económica nacional- había unos
800 mil trabajadores que negociaban colectivamente porque eran empleados
públicos o de empresas grandes y medianas; a ésos les iba bien, habían tenido
alzas importantes en sus ingresos reales y en ello se basa el cuento de que
mejoró la distribución del ingreso.
Al mismo tiempo se cuentan unos 850 mil activos empleados en
empresas pequeñas, o por su cuenta, o eran jubilados del BPS o estaban desempleados;
a éstos no les va bien, son “diezmilpesistas” o ni siquiera eso.
Respecto de los resultados de esta estrategia de esta
“izquierda agrarista”, repitamos lo que dijeron los jerarcas del MGAP en diciembre
de 2012:
El número de explotaciones agropecuarias descendió 21,4%
desde el año 2000, según el Censo Agropecuario 2011 (…) Se verificó la
existencia de 44.890 explotaciones agropecuarias –12.241 menos que las 57.131
que censadas hace 11 años–, lo que motivó que el (…) director del Área de Estudios
Agroeconómicos del MGAP expresara que “ni en las guerras” hubo en el país tal
dinámica, con cambios estructurales que han sido “muy grandes”(…) El Censo de
2011 permitió conocer que el 56% de las explotaciones acumulan apenas el 5% de
la superficie, en tanto, en el otro extremo, el 9% de las explotaciones
acumulan más del 60% de la superficie.
El Banco Mundial y la Universidad de Sussex produjeron en
1974 un libro[1] que
ofrecía una estrategia de cinco puntos que es un calco de los que se hizo en
estos casi 10 años. Dejar crecer la economía aprovechando ventajas naturales,
aumentar gasto en salud y educación, subsidiar a los pobres y, si fuera
políticamente conveniente, distribuir activos marginales.[2]
Aquellas antiguallas dignas de Nardone resultan en que no
menos de un tercio de los uruguayos siguen viviendo con necesidades básicas
insatisfechas después de los diez años más favorables de la crónica económica
nacional, a pesar de que los déficit fiscal y externo son los mayores desde que
se derrumbó la economía del atraso cambiario en 1982 y en 2002.
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