miércoles, 5 de marzo de 2014

Siguen olvidando el mercado laboral


He escrito antes que el errado o inexistente análisis del mercado de trabajo es causa de los más graves errores de nuestra política económica.

En países en desarrollo donde muchos de los empleos son deficitarios por bajo ingreso, horarios muy extensos, ausencia de cobertura social, inestabilidad, inexistente cuidado por el físico del trabajador, etc., no alcanza con que baje la tasa de desempleo sino que hay que pensar en la calidad del empleo.

Cuando por décadas hay empleos “decentes” y “de los otros”, la sociedad se disgrega porque todos trabajan pero una parte de la población se incorpora a la modernización y vive al menos relativamente bien; pero la otra parte, grande, que a menudo estudió en la misma escuela y vive en un barrio cercano, por distintas razones no logra incorporarse y es un espectador angustiado del progreso de sus iguales que lo dejan a la vera del camino.

Los que sólo miran indicadores macro confunden crecimiento con desarrollo y, como si fuéramos libro de texto antiguo, creen que pronto vendrán los empleos decentes, de modo que sólo hay que subsidiar a los pobres por un tiempito hasta que se incorporen, solitos, a la modernización.

Pamplinas.

Los que miramos el mercado de trabajo nos damos cuenta que no es así, especialmente cuando “el modelo” de crecimiento se basa en exportar lo que sale de la tierra y por ende beneficia principalmente a los dueños de la misma, a los que la tomaron en arriendo “antes del boom de precios”, a los que ayudan a generan las alzas espectaculares de la productividad proveyendo los muchos insumos en que ella se basa, y a los que proveen el conjunto de servicios de logística –incluyendo el sector financiero- que permiten concretar en exportaciones rentables lo que surge de la fertilidad de la tierra. Naturalmente, este progreso se extiende a muchos de los que trabajan en esas empresas, a veces rurales pero más frecuentemente parte del ámbito urbano donde vive el 95 por ciento de los uruguayos.

Casi todos los problemas sociales que nos angustian pueden rastrearse a la capacidad y posibilidad que distintos grupos han tenido, o no, para insertarse en un mundo que se moderniza. Los que sí, bien por ellos. Me preocupan los que no que, según los datos de INE en 2011, todavía eran la mayoría de todos los trabajadores del país.

Por supuesto, cuando la divergencia dura décadas, se le agregan otros de idéntico origen: las calles son bocas de lobo cuando la UTE se cansa de cambiar lamparitas rotas por vándalos impunes, los que no pueden soportar los costos de la vida urbana se mudan a cantegriles, los mejores maestros y profesores eligen no ir a enseñar en barrios de “contexto crítico”, los comercios asaltados una y otra vez se retraen, y por fin no sólo los taxistas y los omnibuseros sino hasta la Policía se niega a entrar en los mismos en horas de oscuridad.

La explicación se remonta, a mi juicio, a que hace unos 55 años se popularizó en nuestro país la expresión “la industria es inefishente” que era el cerno de la idea de gobierno de Benito Nardone. Algo de eso era cierto: buena parte de la industria uruguaya, intensamente protegida, no resistía ningún test de eficiencia. Por esos mismos años, del otro lado del mundo había una situación semejante pero un gobierno inteligente: los gobernantes coreanos dejaron claro a sus industriales que, o con su ayuda se transformaban en eficientes –y la condición era exportar rentablemente- o quebraban. Corea del Sur era un país muy pobre, apenas saliendo de una guerra espantosa; en los ’60 emprendió un camino exportador industrial y hoy su ingreso per cápita duplica el nuestro.

Aquí, al contrario, se aplicaron políticas económicas que equivalían a hacer que se corriera una carrera entre un hombre por la arena seca y otro con el agua hasta los testículos y, cuando éste perdiera, castrarlo por “inefishente” como se hizo con la industria. En efecto, la fertilidad de nuestra tierra es tal que ya implicaba que incluso los que hacían ganadería extensiva y se jactaban de ello, podían exportar con un tipo de cambio que a la industria la mataba porque ésta no se beneficiaba de aquella fertilidad.

Se forzó así lo que recientemente hizo decir al Ministro Tabaré Aguerre, que “el concepto de primarización de la economía es tan anacrónico como conservador”. Como era Chicotazo hace 55 años y como son hoy los jerarcas de la economía que se dicen de izquierda.

Entonces, ¿qué sociedad se construyó con un sector agropecuario en explosión productiva y el resto de la sociedad teniendo que vivir de aquello? Algunas sociedades que así se construyen son del tipo de la Venezuela de Chávez donde hay un sector primario exportador inmensamente productivo que equilibra el balance comercial a baja tasa de cambio, emplea poca gente y hace llegar mendrugos de bienestar a los demás.

El caso uruguayo es mucho más injusto: la aparición de las 4x4, los uruguayos que viajan a todas partes, los yates, los apartamentos y casas de lujo se deben a que las ganancias derivadas de la exportación agropecuaria quedaron en manos de los privados. Pienso en los mismos cuatro grupos: los dueños de la tierra, los que la arrendaron temprano, las empresas que posibilitaron la modernización productiva y las que aportaron la logística exportadora. Incluyendo sus empleados.

Entonces, el mercado de trabajo muestra dos grupos muy distintos: en 2011 –el mejor año de la historia económica nacional- había unos 800 mil trabajadores que negociaban colectivamente porque eran empleados públicos o de empresas grandes y medianas; a ésos les iba bien, habían tenido alzas importantes en sus ingresos reales y en ello se basa el cuento de que mejoró la distribución del ingreso.

Al mismo tiempo se cuentan unos 850 mil activos empleados en empresas pequeñas, o por su cuenta, o eran jubilados del BPS o estaban desempleados; a éstos no les va bien, son “diezmilpesistas” o ni siquiera eso.

Respecto de los resultados de esta estrategia de esta “izquierda agrarista”, repitamos lo que dijeron los jerarcas del MGAP en diciembre de 2012:

El número de explotaciones agropecuarias descendió 21,4% desde el año 2000, según el Censo Agropecuario 2011 (…) Se verificó la existencia de 44.890 explotaciones agropecuarias –12.241 menos que las 57.131 que censadas hace 11 años–, lo que motivó que el (…) director del Área de Estudios Agroeconómicos del MGAP expresara que “ni en las guerras” hubo en el país tal dinámica, con cambios estructurales que han sido “muy grandes”(…) El Censo de 2011 permitió conocer que el 56% de las explotaciones acumulan apenas el 5% de la superficie, en tanto, en el otro extremo, el 9% de las explotaciones acumulan más del 60% de la superficie.

El Banco Mundial y la Universidad de Sussex produjeron en 1974 un libro[1] que ofrecía una estrategia de cinco puntos que es un calco de los que se hizo en estos casi 10 años. Dejar crecer la economía aprovechando ventajas naturales, aumentar gasto en salud y educación, subsidiar a los pobres y, si fuera políticamente conveniente, distribuir activos marginales.[2]

Aquellas antiguallas dignas de Nardone resultan en que no menos de un tercio de los uruguayos siguen viviendo con necesidades básicas insatisfechas después de los diez años más favorables de la crónica económica nacional, a pesar de que los déficit fiscal y externo son los mayores desde que se derrumbó la economía del atraso cambiario en 1982 y en 2002.



[1] World Bank & IDS, 1974 Redistribution with growth, Oxford University Press, Norfolk, Reino Unido.
[2] La quinta, “reduzca la natalidad” no es aplicable al Uruguay.

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