lunes, 30 de enero de 2012

Para distribuir ingreso y riqueza

Recursos productivos y distribución del ingreso y la riqueza
Se sabe desde el siglo XIX que no es posible alterar en medida importante y permanente la distribución del ingreso a menos que cambie la distribución de los activos productivos. Los izquierdistas antiguos creían en la reforma agraria y muchos apuntaban también a los demás activos productivos: en el Chile de Allende se nacionalizaron las empresas del cobre, buena parte de las tierras y muchas empresas industriales y comerciales urbanas.
Como la reacción de los dueños originales de aquellos activos fue entre muy fuerte y salvaje, la izquierda ya no habla de expropiar sino que repite la receta de 1974 del Banco Mundial: salud, educación, impuesto a la renta, gasto social y empresas recuperadas..
Pero hace décadas que se sabe que así no se distribuye la renta, y menos la riqueza, porque los capitales emigran si se los grava pesadamente: los capitales son móviles mientras el trabajo es relativamente mucho más fijo. Por eso las tasas del IRPF que gravan el trabajo son más altas que las del IRAE que gravan la producción empresarial.
Para cambiar en el largo plazo y definitivamente la distribución del ingreso y la riqueza hay que cambiar el recurso productivo en que se basa el crecimiento económico, porque no es viable cambiar la propiedad del mismo.
Mientras sigamos exportando lo que sale de la tierra y los animales que crecen comiendo lo que sale de la tierra, seguiremos enriqueciendo a los dueños de la tierra. Si sube el precio de la soja o el trigo o la carne, o si las nuevas tecnologías permiten aumentar el rendimiento de cada hectárea de tierra, los dueños de la tierra ganan ingreso porque venden más y más caro, pero además se enriquecen porque sube el precio de la tierra.
Tenemos que especializarnos en exportar capacidad de trabajo de los uruguayos y así aprovechar que, a pesar de la estrategia gramsciana con que hace décadas se pudre la cabeza de los jóvenes, todavía tenemos niveles de capacitación laboral que superan los de casi todo el resto de este continente.
De ello se sigue que no es verdad que “los empresarios no encuentran mano de obra” para crecer. La encuentran, la preparan y la emplean cuando ven el negocio, como acaba de demostrar el sector agropecuario, cuyo salto tecnológico no tiene parangón en la historia económica del Uruguay. El campo saltó de ser lo atrasado a liderar el crecimiento de la productividad porque un núcleo de empresarios –muchos de ellos extranjeros- vieron el negocio y hoy el símbolo del campo no es el peón que arreaba vacas a caballo con un lazo y un perro sino un empleado que, guiado por GPS, siembra la combinación exacta de semilla y químicos, manejando una máquina que cuesta más de medio millón de dólares.
Los empresarios agropecuarios lo hicieron como se ha hecho siempre en todo el mundo: le dijeron al vendedor de la máquina “te la compro pero tenés que enseñarle a mi gente cómo usarla”. Y a esa gente preparada le pagan mucho mejor que antes, sea o no el empleado que conoce un GPS la misma persona humana que antes era peón de a caballo.
Del mismo modo, la hotelería no tuvo que pedirle a nadie que le formara el personal sino que vio el negocio y formó a su gente por sí misma a partir de conocimientos que los chicos traían de la Secundaria. Claro que si se sigue tratando de reducir la enseñanza del inglés y la computación y un dirigente de Secundaria quiere salirse de las PISA para compararse con Bolivia y Venezuela, se nos va a acabar la ventaja que tenemos.
Pero si podemos empezar a exportar trabajo y conocimientos de la gente antes que se destruya lo que queda de la calidad educativa uruguaya, estaremos dejando de exportar gente, como en las decenas de miles de jóvenes que han emigrado, y pasaremos a crecer exportando capacidad de la gente incorporada a bienes y servicios, de modo que esa capacidad será el recurso exportable principal.
Así sí se cambia la distribución, no sólo del ingreso sino de la riqueza.
Y además, como la capacidad de la gente es un recurso renovable, que puede crecer y perfeccionarse sin límites, no es pasible de oligopolización como sí lo es la tierra.
Claro que para tal cosa ocurra es necesario cambiar drásticamente la política de inserción externa, la monetaria-cambiaria, y la fiscal.
No es viable dejar que los precios de los commodities enriquezcan a los tradicionales dueños de la tierra y después pretender cambiar la distribución del ingreso con el impuesto a la renta y este otro engendro mal parido del impuesto a las grandes extensiones, especialmente cuando 95 por ciento de nuestra gente vive en las ciudades y no tiene empleos medianamente remunerados porque se produce en el campo todo lo que es valioso en este esquema decimonónico al que hemos vuelto.
En consecuencia, cada vez más gente urbana, aunque tenga trabajo, recibe ingresos insuficientes y se va a poblaciones marginales, porque con este esquema de crecimiento basado en la fertilidad de la tierra, faltan miles de empleos privados bien remunerados en las ciudades, donde vive casi toda la gente.

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